Por Katia Del Rivero
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· 3 tazas de ¡Quéjate!
· Una pizca de “Escuchas quejas”, no le pongas más, ¡te podría caer pesado!
· 2 cucharaditas de “Quéjense juntos”.
Y si además le pones un poco de “sabor añejo”, mirando a “los tiempos que fueron mejores”, no solo contribuirás a que la organización se quede estática, sino que añore lo que muy probablemente no le hará bien.
Existen dos propuestas del origen etimológico de la palabra queja.
La primera procede del verbo latino “coaxare”, que quiere decir croar. Parece ser que el sustento de esta propuesta es que el sonido que los humanos emitimos cuando expresamos dolor, molestia, pesadumbre es fonéticamente similar.
La segunda coloca su origen etimológico en el latín “quassare” que significa “golpear violentamente, quebrantar”, referido a la expresión de cuando algo nos aflige, nos aqueja.
En ambos casos el origen refiere a una expresión pasiva respecto a algo que me molesta, incómoda, donde la onomatopeya expresa y no invita a la acción, al movimiento ni al cambio de la situación.
Curiosamente parece que eso suele suceder en el sistema social llamado organización también.
Cuando el cambio ya no es suficiente
En las organizaciones actuales, el cambio ya no es suficiente. De acuerdo con las nuevas tendencias, ahora hablamos no de organizaciones que cambian, sino de organizaciones que se transforman.
¿Cuál es la distinción? Si bien en ambos procesos hablamos de movimiento, cuando hablamos de cambio damos algo por otro aspecto nuevo. Hacemos un truque de lo que teníamos por lo que queremos tener.
En el caso de la palabra transformación, no se hace trueque se modifica la forma, tomando lo útil de la forma anterior para generar una nueva forma.
En este sentido, algunos sostienen que en el cambio se puede perder lo positivo de lo anterior, en lugar de sumarle los ajustes necesarios para minimizar lo negativo y que en la transformación el proceso está más orientado a modificar o corregir considerando, valorando lo positivo de lo anterior.
Lo que parece cierto, es que ambos son procesos, movimientos y no se logran desde la pasividad.
Si la queja es la expresión pasiva de algo que nos aflige, entonces parece ser opuesta a la necesidad de movimiento, de cambio, de transformación que requiere el salir de aquello que nos “golpea violentamente” o simplemente “nos aflige”.
¿Cómo es que la queja nos mantiene pasivos?
Porque nos confundimos. Creemos que al expresar aquello que no nos gusta, nos molesta, nos conflictúa “estamos haciendo algo” y no nos damos cuenta qué sólo estamos emitiendo onomatopeyas sin acción.
Para un cambio o transformación ¡se requiere acción!
Como ya hemos conversado, desde la perspectiva de la Teoría Blumenstein la organización es un sistema social y los sistemas sociales se forman de nuestras contribuciones. Si lo que hay hoy, no nos gusta, es el resultado de nuestras contribuciones. Si queremos algo diferente necesitamos cambiar nuestras contribuciones.
Y la contribución es comportamiento, por lo tanto, lo que hay que cambiar son nuestros comportamientos, nuestros acuerdos, nuestras decisiones, nuestro hacer.
Finalmente, la queja se refiere a algo que ya sucedió, no a lo que queremos que suceda. Y como bien hemos explorado en otros artículos, entender o hablar de lo que ya sucedió no significa que sepamos “qué necesitamos que suceda” para lograr el propósito que queremos alcanzar.
Así que menos queja y más acción, menos pasado y más futuro, menos recetas mágicas y más proceso de construcción social corresponsable, compartida y desde nuestra autonomía.
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