por Katia del Rivero

Una relación en tensión
Ayer facilité una de las más conmovedoras sesiones que he tenido en los últimos tiempos.
Por lo que escuché, antes de llegar a la sesión de diálogo con el propósito de construir, la interacción entre los participantes había sido muy retadora. Tanto, que ambas partes se sentían verdaderamente incómodas en el proceso de trabajar el uno con el otro.
Algunos puntos que habían contribuido a que este sistema social jefe — colaborador fuera tan complicado es que ambos seres humanos tienen estilos personales muy, muy diferentes; pertenecen a culturas completamente distintas, requieren colaborar ante una distancia física de más de 10,000 km. entre ambos y tienen diferentes experiencias de vida. Con todo esto, parecía que hasta ese momento todo eran puntos en oposición, diversidad y poco consenso.
La sesión estaba programada para 60 minutos, al final tomamos 80 y valieron cada segundo juntos. No compartiré en absoluto el contenido de la sesión, ese pertenece al cliente; tampoco la estructura del diálogo, porque en este caso mi foco está en una frase que el colaborador aportó para cerrar la sesión y que me invitó a reflexionar en qué tan lejos/cerca estamos muchas organizaciones y muchos líderes de poder hacer esta construcción conjunta.
Valor y contribución desde la autonomía
La premisa base del diálogo acorde a la Teoría Blumenstein© es que cada uno de los participantes en el diálogo tienen el mismo valor. Esto es, no importa si en la mesa está sentado el director y el operador, para efectos del diálogo, más allá de que tienen lugares distintos de contribución al propósito del sistema social, ambos son seres humanos merecedores de ser tratados con dignidad y de contribuir al sistema porque participan en él. Por lo tanto, las contribuciones de ambas partes son igual de bienvenidas y valiosas. Y la forma requiere posibilitar que esto suceda de esta manera.
La segunda premisa fundamental es que para dialogar con orientación a construcción se requiere “hablar desde el corazón” o como Michael Blumenstein decía coloquialmente “no metiéndose a los tomates del otro”. Entonces en lugar de decir “qué exigente eres” se puede decir “me siento muy exigido por ti”.
Lo primero es MI juicio sobre el otro y sus comportamientos expresado de forma tal que responsabilizo al otro de lo que me pertenece. Es decir, aunque creemos que es el otro el que hace o deja de hacer, provoca o deja de provocar, en realidad somos nosotros y el significado que damos al comportamiento que el otro tiene, dirigido a mí o no, el que determina que yo me sienta “exigido”.
Cuando lo expreso en términos del otro -tú eres exigente- no me hago responsable de mi contribución a la construcción social; cuando lo expreso en términos de “cómo experimento” ese comportamiento -me siento exigido- me hago responsable de mí y lo que requiero para construir, e incluso de si realmente quiero construir.
Esto es muy retador, porque implica tomar la responsabilidad de nuestra autonomía y nuestra responsabilidad en la co-construcción y muchas veces no estamos dispuestos, porque no sabemos cómo, porque entramos en desamparo y olvidamos nuestra suficiencia ante la vida y las situaciones que la vida trae consigo.
El diálogo
Pues con estas dos premisas iniciamos el diálogo. Como suele suceder en mi experiencia, por lastimados que estén los vínculos; si los participantes quieren, siguen la forma y las premisas básicas; se construye con facilidad.
Así que a los sesenta minutos habían hecho acuerdos, se habían reído, habían compartido significados basados en cultura, idiosincrasia y experiencia.
Cuando el proceso llegó a su fin, les pedí que cerraran compartiendo algo que hubiera sido especialmente valioso en la conversación para ellos.
Y el colaborador cerró con una frase que me “apretujó el corazón”. “Quiero agradecerte el espacio, porque no hay muchos directores corporativos que se presten a un ejercicio así, donde se dialogue como iguales”.
Muchos directores, ejecutivos y líderes consideran, aún hoy, que dialogar con su gente es una pérdida de tiempo, que ellos son los que saben. Y sienten en riesgo su poder y su posición ante una conversación de iguales.
Y muchos otros, comienza a descubrir la fuerza del diálogo, la capacidad de construcción desde lo colectivo y la calidad de bienestar que emerge desde la autonomía y la responsabilidad personal.
¿Tú, dónde te miras? ¿Piensas que eres quien tiene la razón, el único que puede hacer todo bien? ¿Sientes en riesgo tu puesto o tu jerarquía si escuchas otras alternativas? ¿O te gusta mirar a los demás como iguales y descubres en ellos contribuciones valiosas desde sus perspectivas para incrementar la probabilidad de vida y plenitud del trabajo, del negocio, de la relación compartida?
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