Por Emilio Arconada

Una de las mejores amistades que he cultivado en mi vida, empezó mientras pensaba: “Ese tiene cara de idiota y me cae mal sólo de verlo”, “El otro día se me quedo viendo feo y lo odio por eso”, “¿Qué tiene de especial ese Mauricio? Si es más chaparro que yo, seguro si le gano en una pelea, ¡y así llamaré la atención de la chica que me gusta!”.
La verdad como todo el caballero que era a mis 8 años decidí hacerle frente a la situación e ir a hablar con él. Tenía mejores probabilidades dado que era “El Señor Carisma” y sus compañeros pesaban el doble que mis amigos, así que estaba entre la espada de mi deseo y la pared que representaban literalmente sus amigos. Tras hablar durante el recreo y la hora de la salida, al día siguiente fue a mi salon a saludarme sin que yo me lo esperara.
Una semana después nuestras mamás ya eran amigas. Hace un mes, Mauricio se casó. La chica a la que yo quería impresionar en ese entonces estaba sentada a mi lado, platicando con mi novia durante toda la boda.
Esta historia ilustra cómo comprendí que nadie es bueno o malo como ser humano, son las interacciones entre los individuos las que co-crean a las personas. Resulta que en algún momento, sí fui novio de esa niña a la que quería impresionar y terminé siéndole infiel con ¡la que ahora es mi novia! Lo más maravilloso es que logramos superar eso y seguimos siendo amigos. Somos los mismos seres humanos que como novios no funcionamos, pero como amigos, (otro sistema social) ¡¡interactuamos de maravilla!! Y esto es apenas una muestra de lo mucho que aprendí sólo por estar cerca de Michael Blumenstein.
Lo cierto es que de Michael se podían admirar muchas cosas, por ejemplo: hablar frente a un auditorio estando al servicio del mismo, su estilo para hablar siendo hombre y liderar una conversación sin ser machista, que solamente yo conozco a ese “yo” que habita dentro de mí y que es intensamente inmensamente mío, que es mi tarea si doy a conocer y cómo lo hago a ese “yo”.
Por encima de todo, me enseñó no sólo su teoría, sino a seguirla y vivirla con el ejemplo. De hecho, lo vi seguir sus palabras aún en las situaciones más retadoras de la condición humana. Me mostró a través de sus comportamientos la diferencia entre el Ser humano y la Persona y entendí sus ideas en situaciones de la vida diaria.
También me enseñó que, aun cuando un sujeto me impida el paso en el tráfico y me recuerde de una manera poco amable a mi madre portándose como un imbécil conmigo, no necesariamente lo es. Puede ser el hombre más amable y ejemplar el 99% del tiempo y yo tuve la mala suerte de encontrarme con él durante ese 1% que no lo es. Puede ser incluso que la razón de su comportamiento es que yo me le cerré primero sin si quiera darme cuenta o quizá, sí sea un imbécil profesional el 100% del tiempo, no lo sé. Lo único que yo puedo ver es que esa persona que “conocí” en ese momento no me es agradable. Y que si me enojo entonces tengo la tarea adicional de dejar de estar enojado porque en realidad él no me hizo enojar, fui yo quien decidió enojarse. Nada más.
La importancia de la claridad
Probablemente lo que más he aplicado y que aprendí de Michael en el aula, en sesiones grupales, en sesiones uno a uno y en las juntas de trabajo (sin importar que tan acalorada se tornara) es la importancia de la claridad al hablar. No importa que yo crea que transmití una idea clara y concreta, eso no quiere decir que la persona frente a mí va a tener exactamente el mismo entendimiento y concepto de lo que yo dije.
Por ejemplo, si yo digo “Piensa en una silla” (y por favor, hazlo) te puedo garantizar que la silla en la que yo estoy pensando es diferente a la tuya. Puede ser que la mía es roja y la tuya amarilla, la mía de rueditas y la tuya de cuatro patas. El concepto “silla” es claro y concreto, un mueble en el que te puedes sentar. Sin embargo, la primera silla que viene a mi mente es la del comedor de mi casa, que aunque te la describa, (color café, de madera, cuatro patas) la que tú imaginas seguirá siendo diferente a la mía.
Y esto es exactamente lo que sucede cuando un jefe le dice a su empleado “La presentación debe ser perfecta” y el empleado hace 50 láminas súper detalladas, pero el jefe sólo tiene 5 minutos y esperaba una presentación concreta, ahí es cuando viene el: “Te dije que la quería perfecta ¡no estás haciendo bien tu trabajo!”. O bien, cuando una tía le dice a su sobrino “Pórtate bien” que en su casa significa “No subas los pies al sillón” pero la tía lo regaña por pintar las paredes…
Así que aprendí a preguntarme “¿Qué tan claros somos cuándo hablamos? ¿Qué tanto asumimos que nos damos a entender?”. Y estas preguntas cambiaron mi forma de pelear con mi novia. Siempre que peleábamos era horrible, por cosas tan simples como “guardar los zapatos” que para ella significaba en el clóset y para mí a un lado de la cama.
La importancia del propósito
En algún momento escuche a Michael decir que no tenía por qué ser así. Lo que él propuso que hoy en día hace que mi relación siga creciendo y que hasta nuestros amigos nos pidan ayuda y consejo, y es que siempre tengamos claro el propósito de la conversación. Que siempre dejemos claro que lo que discutimos es en pro del bienestar de nosotros y nuestra relación, que si no cuido cómo digo aquello que no me gusta, el otro puede sentirse agredido y contestar desde ahí, y luego yo de regreso y que así es muy fácil que las cosas escalen.
Cuando dejamos claro desde el inicio que la intención es seguir juntos, que hay cariño de por medio y que lo único que buscamos es una modificación del comportamiento, (en mi caso, que ella aceptara mis zapatos a un lado de la cama y que a cambio yo colgara mi chamarra en el perchero), entonces las cosas se vuelven más claras y sencillas de resolver. Lo defino como “la economía básica” de Michael, en otras palabras, cuando dices que “sí” a algo en realidad dices que “no” a otra cosa.
Deja de ser sobre ti o sobre mí, dejamos de lastimarnos y de hablar de nosotros, y aprendimos a hablar de nuestros comportamientos y qué queremos diferente.
El comprender la teoría de Michael me ha enseñado que la situación con Mauricio, fuera de ser una amistad única, no es un fenómeno aislado. Que si cambio mi manera de relacionarme con el mismo ser humano, puedo tener una relación diferente con una nueva persona. Esto definitivamente ha mejorado no solo mi vida, sino también ha facilitado que éstas personas tengan, igual que yo, una buena vida.
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