Todos hemos estado ahí. Todos somos humanos. Me refiero a ese momento en el que el aire no parece ser suficiente: tu mente genera mil y un pensamientos e ideas a la vez, pero ninguno parece ser útil y al mismo tiempo, por paradójico que parezca, sientes que no tienes cabeza. No oyes el mundo a tu alrededor, lo que hace unos minutos parecía normal en este instante se siente inexplicable, casi insoportable. Quizá hay llanto. Probablemente quieras gritar y quizá no encuentres tu voz para hacerlo. Es ese instante en el que todo, absolutamente todo, se siente abrumador y el mundo te asfixia con su enormidad a propósito. Y mientras dura, parece que va a ser eterno. Estando ahí es como si lo bueno dejara de existir y sólo encuentras oscuridad, túneles y paredes que se hacen cada vez más pequeños, más cerrados, más oscuros. Por lo tanto, sientes inseguridad, miedo, desesperación, angustia, sin opciones… están en desamparo.

¿Qué es el desamparo?

Así es como experimento personalmente el desamparo. Puede ser que tu experiencia sea similar o tal vez no. Sin embargo, quiero pensar que entiendes a que me refiero. Michael Blumenstein definía el desamparo como estar parado en un cuarto con paredes sin ventanas, techo bajo y ninguna opción por delante. A mí me parece más bien como un pasillo, en lugar de un cuarto. Un pasillo largo que termina en una pared. Entre más largo (¿grande? ¿fuerte? ¿intenso? no estoy segura de cuál es la mejor palabra) sea el desamparo, más largo es el pasillo.

Como decía al inicio de este artículo, seguramente has estado ahí en más de un momento. La educación actual no incluye necesariamente una lección sobre qué hacer en estos casos. Personalmente, pienso que no hay manera de que alguien viva su vida sin haber estado en desamparo, por lo menos unas cuantas veces a lo largo de los años.

Me atrevo a escribir que el desamparo es parte de la vida. Esa es la mala noticia, la buena es que también existe (como todo en la vida) su contra parte y se llama suficiencia.

Definiendo la suficiencia

La suficiencia, en palabras de Michael, es estar dentro de ese cuarto del que él hablaba y darte cuenta que detrás de ti no hay pared. En mi ejemplo del pasillo, sería darte vuelta y darte cuenta que del otro lado hay luz. La suficiencia es algo intrínseco a cada ser humano, nadie te lo da, y por lo tanto, nadie te lo puede quitar.

Definitivamente no es algo que aprendas, es algo que ya tienes. Tampoco es algo que se practique, es una cualidad que ya viene integrada a cada uno de nosotros. Entonces la suficiencia está siempre ahí, siempre parte de nosotros. Yo la entiendo como un lugar, un estado del que uno puede entrar o salir. No es que la suficiencia se mueva, es que a uno se le olvida como quedarse en ella. No es que desaparezca, es que uno cierra los ojos y deja de verla.

La suficiencia es ese estado integral, es decir, que incluye la mente, cuerpo y corazón, en el que tienes la certeza absoluta de que puedes con la vida. Es esa respiración profunda y serena, la calma dentro del caos, la certeza interna ante cualquier incertidumbre, la fe en que la vida que se me ha dado es prueba suficiente de que sobreviviré a cualquier situación que se presente durante mi vida hasta el día en que muera.

¿Cuánto tiempo nos toma retomar la suficiencia?

El truco está en el movimiento que hacemos entre estos dos extremos. Si el desamparo es un cuarto de tres paredes y lo único que necesitamos es dar la vuelta, la práctica consiste en qué tan pronto nos damos cuenta de ello o que tan fácil es dar ese giro. Si el desamparo es un pasillo largo y la suficiencia es esa luz a nuestra espalda, entonces el reto consiste en cuántos pasos damos en la dirección opuesta a la luz, es decir, qué tanto tiempo pasamos en el desamparo antes de recordar nuestra suficiencia.

¿Qué cómo se hace eso de practicar? ¿Qué cómo se logra dar ese giro, dar cada vez menos pasos a lo largo del pasillo? No hay una receta. Sospecho que para cada uno de nosotros la respuesta es diferente y única. Lo que a mi me sirve es esperar, buscar un rincón que se sienta seguro, solo. A veces es mi cama, a veces son los brazos de mi esposo o de mi mamá, a veces el hombro de mi mejor amiga, a veces un baño. Lidiar con un segundo a la vez, hasta que la idea de que después de éste instante vienen otros veinte es tolerable y quedarme ahí hasta que la idea de miles de segundos más se vuelve manejable.

Escuchar mi respiración sin tratar de controlarla, simplemente saber que ahí sigue, que el aire sigue entrando y saliendo y mi cuerpo sigue funcionando a pesar de mí. Abrazar una cobija y sentir calor. Y decirme a mí misma tan seguido y tan fuerte como pueda “Puedes hacer algo, siempre puedes hacer algo” aunque al principio mi propia voz suene insegura, aunque sepa que no me lo creo, me sigo mintiendo hasta que eventualmente la fortaleza y la seguridad regresan a esa voz interna y entonces puedo creerme a mí misma y sentir confianza de nuevo en que sí soy suficiente, en que sin importar lo que tenga o me falte, así como soy y estoy en este segundo de la existencia, tengo opciones.

Quizá lo más importante que puedo escribir al respecto de este concepto, lo dijo Michael:

Te guste o no, lo recuerdes o no, te sientas o no, lo creas o no, eres suficiente”.

Incluso para manejar cualquier desamparo.

Por Katia

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