por Katia del Rivero

Posibilidades es la clave

Cuando era joven — allá por 1985 — se puso de moda una serie de nombre “MacGyver”. Me parece que la serie era súper entretenida porque el protagonista de la historia era capaz de salir airoso de las más complejas situaciones con mínimos recursos: a veces era un cerillo, una navaja, la cuerda de una cortina, un clip o simplemente un hilo.

¿Por qué nos enamoramos de Indiana Jones — más allá de que Harrison Ford resulta guapísimo — ? Porque era capaz de salir adelante ante situaciones complejísimas y de mucho peligro usando básicamente lo que había alrededor de él.

Pienso que estos personajes nos parecen interesantes porque nos invitan a recordar nuestra capacidad de sobrevivir ante situaciones difíciles. Nos gusta aquello que nos invita a sentirnos seguros ante lo que la vida nos ponga enfrente.

Y en alguna forma sabemos que, en este mundo incierto, entre más posibilidades de acción generemos más probabilidades de sobrevivir. Y también entre más posibilidades de acción generemos más probabilidad de sentirnos aptos y suficientes para la vida.

Una educación que nos invita a limitar nuestras opciones

Observemos el comportamiento de un niño a quien se le cae su paleta al piso. No tendrá el menor empacho en levantarla y volver a chuparla. Ahora observemos el comportamiento de un adulto a quien se le cae una paleta al piso — si es que la disfruta, porque probablemente considere impropio que un adulto coma un caramelo lleno de azúcar y tendrá cientos de condicionamientos sociales que lo invitarán a no comerla — seguramente la recogerá para ponerla en el bote de la basura.

Así las cosas, dónde un niño ve opciones y ningún peligro; un adulto usualmente no ve opciones y ve peligro. Este fenómeno deriva de que hemos “aprendido” que hay cosas que nos hacen bien y otras que nos hacen mal; que hay cosas que son correctas y otras incorrectas.

Me hace bien o me pone en riesgo

Nuestro organismo tiene un sistema primario que nos indica lo que nos hace bien… casi puedo oír a ese sistema diciendo: “¡Comida, bueno, bueno!” Y también identifica aquello que lo pone en riesgo, y de igual forma casi puedo escucharlo diciendo: “¡Peligro, estás en riesgo, peligro!”

Este sistema, alojado en nuestro cerebro, se ubica en la zona conocida como “reptiliana” y según la autora Maja Storch, es como “un pequeño gusano” por su forma.

Pues este “gusano” es la respuesta más rápida que tenemos — 250 veces más rápido que otros procesos de decisión- y evalúa si estamos en riesgo o no, si lo que hay al frente es bueno o no para nosotros.

Aparentemente se ha alimentado de experiencias de supervivencia de la especie y reacciona conforme a ello; también se alimenta de experiencias del sistema social en el que se desenvuelve, desde la gestación, e incorpora aquello que para dicho sistema ha sido riesgoso. Por lo tanto, podemos decir que se va alimentando de las propias experiencias de la vida.

Bajo este orden de ideas, si cuando eras niño un perro te asustó, es posible que cuando seas adulto no lo recuerdes y que tu “gusano” reaccione con celeridad a la presencia de estos animalitos, acelerando tu corazón, sudando frío o con alguna otra reacción física.

Es correcto o incorrecto

Conforme fuimos desarrollando nuestra capacidad de supervivencia, fuimos descubriendo que en colectivo es más sencillo sobrevivir. Sin embargo, para sobrevivir en colectivo el reto está en que necesitamos generar acuerdos que lo posibiliten. Cosas tan simples como: matar a tu vecino porque no te gusta el color de sus ojos no es una buena idea de supervivencia, pues mañana, cuando tengan que ir a cazar un mamut, sería conveniente que estuviera vivo para que juntos incrementen sus probabilidades de salir airosos.

Conviene advertir que nuestro repertorio de correcto e incorrecto se aloja en la parte “más nueva” de nuestro cerebro y es muchísimo más lento que “el gusano” para analizar la situación, referenciarlo con lo que tiene guardado en su sistema de experiencias y considerar si es correcto o incorrecto.

Este sistema cuida que encontremos un espacio seguro de supervivencia en el contexto social y colectivo en el cual nos desarrollamos. Es como un pequeño juez social que va determinando — en función de lo aprendido — lo correcto o incorrecto.

Por ejemplo si naciste en una cultura árabe este juez te dirá que es correcto eructar después de comer, si naciste en México este juez te dirá que no es correcto eructar después de comer.

Ambos nos cuidan y no siempre están de acuerdo

Estos dos sistemas están siempre al servicio de nuestra supervivencia y no siempre están de acuerdo. Imagina esta situación: “el gusano” ve una chica guapa y quiere todo con ella, “el juez” le advierte: “tiene una argolla en el dedo anular, está casada”.

“El gusano” dice: “no me importa, está lindísima, yo quieroooooooooooooo”; “el juez” le indica, “no importa que quieras, no es correcto que te metas con una mujer comprometida con otro”.

Y así la discusión hasta que usualmente acuerdan. No creas que siempre gana “el juez”, es posible que “el gusano” tenga argumentos más convincentes.

El punto está en que la combinación de “el gusano” y “el juez” determinan las alternativas que tenemos ante una situación. Si nuestro juez es muy estricto y su marco de correcto es muy limitado, es posible que ante situaciones que consideramos riesgosas generamos muy pocas alternativas. Y entonces nuestro gusano enloquecerá.

Cuando ambos sistemas comienzan a pelear entre sí, existe una alta probabilidad de que nos congelemos, que consideremos que no hay opciones y que entremos en desamparo, olvidando nuestra suficiencia ante la vida.

Aprender a conciliar estos dos sistemas de decisiones amplía nuestra capacidad de respuesta y nos invita a fortalecer nuestra suficiencia ante la vida.

¿Quieres saber cómo? Lo exploraremos en nuestra siguiente reflexión.

Recommended Posts

No comment yet, add your voice below!


Add a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *