por Katia Del Rivero

La frase que seguramente usted ha escuchado alguna vez, aquella de “el lenguaje NO es inocente” se le atribuye a Tom Andersen, un psiquiatra noruego, qué en mi mirada tenía super buena intención, invitar a revisar los prejuicios presentes dentro de las conversaciones con el fin de minimizar su impacto.

Otros se la atribuyen a Echevarría en el marco de la ontología. La frase en mi perspectiva no es de él, y la hace “conocida” a través de sus planteamientos de que somos “seres lingüísticos”.

La premisa de que nuestro lenguaje crea realidades me parece interesante y yo quiero invitarte a reflexionar una premisa diferente: nuestra construcción de realidad crea y usa al lenguaje con un propósito.

Dos distinciones importantes:

Con la intención de invitarte a explorar juntos está “idea loca”, me gustaría que compartiéramos algunos marcos de referencia.

Lenguaje: si bien la palabra lenguaje encuentra su origen en el latín “lingua” que se refiere a la lengua y de origen se vinculaba a la expresión verbal, hoy esta definición se considera limitada. Cuando hablamos de lenguaje actualmente lo entendemos como el “acuerdo de uso de un conjunto de signos (acústicos, visuales, táctiles, olfativos) para un contexto”. Es decir, lenguaje es una “forma” acordada para simplificar la posibilidad de compartir experiencias, referencias, etc.

Entiéndase que en lugar de referirnos a la tabla con cuatro maderos verticales en las esquinas, que a su vez colocan un segundo pedazo de madera paralelo a una altura de más/menos un metro del piso, que se usa comúnmente para colocar objetos encima o de soporte y que nos facilite el acceso y la postura para actividades como comer o escribir; hemos acordado llamarla “mesa”. 
Por supuesto esto si estamos viviendo en un grupo social donde el lenguaje acordado sea el castellano, si estás en un grupo anglosajón seguramente la llamarás “table” y si estás en un grupo de origen germano entonces será “tisch”.

¿Para qué hacemos esto? Para sobrevivir. Es mucho más sencillo y eficiente gritar “¡Fuego!” “¡Mamut!” o “¡Tigre!” para advertir el peligro a propios y ajenos, que dar una larga explicación como la que usamos para la mesa. Es tan amplio el espectro de estímulos que tenemos los seres humanos, que hemos desarrollado formas para simplificar la complejidad del mundo que nos rodea para sobrevivir.

Una de estas formas es el lenguaje, nos ayuda a simplificar la referencia y poder utilizar nuestra energía en algo más productivo que la larga descripción.

Inocente. La palabra inocente encuentra su origen en el latín también. Se forma por el prefijo de negación “ins” y la palabra “nocere” que significa hacer daño. Es decir, cuando hablamos de inocente hablamos de alguien libre de querer dañarnos. Cuando decimos que algo NO es inocente, entonces lo que estamos diciendo es que quiere dañarnos.

¿El lenguaje es inocente o no?

Así que lo que decimos cuando utilizamos la frase de “el lenguaje no es inocente” en su sentido etimológico es que las personas utilizamos el lenguaje para dañarnos. ¿Es así?

Cuando la utilizamos en el sentido ontológico lo que decimos es que: “somos conforme generamos realidades a través del lenguaje” (frase literal de la ontología), es decir que “los seres humanos se crean a sí mismos en el lenguaje y a través de él”.

Desde la perspectiva de la Teoría Blumenstein©, la idea es distinta: queremos vivir, utilizamos una forma que nos ayuda a este propósito y luego volvemos a empezar.

Es decir, sí usamos el lenguaje con un propósito y ese propósito es sobrevivir. El lenguaje no nos crea, nosotros usamos el lenguaje para crear, ¿qué cosa?, mejores probabilidades de vida.

De esta forma el lenguaje Sí es inocente, es sólo una forma, una herramienta sencilla, algo simple que utilizamos con el propósito de crear algo con el otro para incrementar nuestras probabilidades de sobrevivir, y como decía Michael Blumenstein “de vivir una buena vida”.

¿Qué retos plantea esta perspectiva?

El reto más importante:

“Recordarme apto para la vida”.

¿Porqué?

Porque cuando el otro utiliza un lenguaje con el cuál yo me siento lastimado o dañado; necesito recordar que no es el otro el que me está dañando, soy yo y el significado que estoy dando a ese lenguaje. El otro sólo quiere sobrevivir.

Porque cuando el otro dice algo que “me invita a sentirme devaluado” necesito recordar que esto es lo que “yo construyo”, no es el otro construyéndose a sí mismo a través de su lenguaje.

Porque cuando me siento lastimado o devaluado, me es más fácil hacer una construcción del otro, en lugar de hacerme responsable de mi significado. Lo cual resulta muy es retador.

Porque en lugar de decir que el otro es tóxico (por lo menos) y pensar que me quiere lastimar necesito recordar mi aptitud para la vida (Michael la llamaba suficiencia) y mi posibilidad de construir “una buena vida”.

Así que en lugar de permitir que el lenguaje construya realidades, puedo construir posibilidades y usar el lenguaje para ello:

¿Cuál es tu propósito? ¿Hay algo que necesites para sentirte bien? ¿Qué te gustaría construir cuando utilizas esa forma de lenguaje? ¿Cuál es tu intención al usar ese lenguaje? Porque en el momento en que lo hagas, entonces el lenguaje recuperará su “inocencia perdida” y tú tomarás la responsabilidad de ti y la construcción conjunta a la que invitas.

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