Por Katia Del Rivero

Michael Blumenstein decía que las personas vemos lo que “queremos ver”. Esta frase, en su momento, generó mucha polémica en el grupo. Muchos de los participantes de la formación en la que lo dijo por primera vez decían que esto no es así, que “vemos lo que podemos ver”.
¿Tú que piensas? ¿Ves lo que “puedes” ver en función de tus creencias, aprendizajes, experiencias? ¿O ves lo que “quieres” ver en función de lo que consideras útil para tu supervivencia?
Hace poquito más de 29 años tuve una maravillosa hija, que no sólo tuvo una figura paterna, sino cuatro. Mi Papá — su Abuelo — la amó y contribuyó con esas cosas de abuelos: complicidad, consentimiento, amor, presencia y paciencia infinita.
Mis hermanos, todos solteros en aquel momento, cocrearon con ella a través de sus contribuciones un sistema social padre-hija que la rodeó de amor, seguridad y guía.
Cada uno a su manera aportó algo enriquecedor, diferente y único. En mi mirada, y según he escuchado de ella — un poco en serio un poco en broma — , jamás iría a terapia por “falta de papá”, en todo caso “por exceso de él”.
El Tío O ofertó estabilidad: la calma dentro de las tormentas, la voz sensata, sabia y serena cuando todos los demás la perdían. El Tío Fer diversión, travesuras, complicidad y auto cuidado. Y el Tío Betito contribuyó con enseñar el amor al prójimo, estructura y límites en un marco de amor, algo fundamental que requiere un niño para transformarse en un adulto hábil para vivir su propia vida.
Si bien yo ya notaba el fenómeno que voy a compartir desde tiempo atrás, éste se recrudeció hace seis años cuando mi hermano Fer murió y su fallecimiento nos agarró “con los deditos entre la puerta” como familia.
De manera muy notable mi hija cuestionaba lo que fuera, excepto al Tío Betito. Cualquier comportamiento que él pudiera tener que fuera cuestionable para alguien, ella simplemente lo explicaba, utilizando una lógica de pensamiento que ofrecía sentido al comportamiento.
Esta situación fue tan, pero tan incómoda para mí, que terminé terriblemente enojada con el Tío Betito y con ella. Fue a tal grado mi molestia que para mantener la “paz” acordé que ella no hablaría conmigo del Tío Betito y sus ideas y yo tomé distancia de él.
Luego, llegó Michael a mi vida y observó que yo sentía dolor con esta situación. Un día me invitó a conversar acerca del tema y después de algunas preguntas y acompañarme en un proceso de reflexión me di cuenta de todo lo que he compartido como introducción al artículo.
No sólo me di cuenta de ello, sino también de que a la muerte de Fer, Beto — mi hermano — quintuplicó su presencia, amor y soporte con mi hija en la intención de amortiguar el vacío que dejaba el Tío Fer en su corazón.
Por si fuera poco, me di cuenta a través de los muchos diálogos con Michael acerca de este tema, que la molestia que yo sentía me pertenecía a mí, porque había significado todo esto de una forma no linda, como competencia, en lugar de una contribución a la vida y la plenitud de mi hija.
Aún recuerdo con profundo amor la noche que, hablando del tema, yo esbozaba mis últimos y muy enflaquecidos argumentos (una vez más) y Michael me preguntó mirándome a los ojos: Cariño, ¿qué eliges mirar del Tío Beto? Lo que sea, sábete que es tu elección, que la puedes cambiar y que eso puede o no contribuir a que vivas una buena vida. ¿Qué quieres? ¿Estar molesta, discutir con tu hija, distanciarte de tu hermano o disfrutar a tu familia?
Esa noche no respondí, sólo me abracé a él y lloré casi toda la noche. Quizá como decía él, sólo me despedía en mis lágrimas de una forma que en algún momento me fue útil y que ya no lo era más. Así que comencé a mirar al Tío Beto con ojos similares a los que Steph tenía para él, agradeciendo su amor a mi hija, su presencia, su aguantarme, incluso con el fin de acompañarla y cuidar de ella.
Y no es que todo esto “no pudiera” verlo antes, es que “no quería verlo antes”, porque eso significaba mirar algunas situaciones propias que no quería mirar, especialmente después de la muerte de Fer; por ejemplo, que estaba muy enojada con la vida.
Y que podía seguir así o mirar diferente. Siempre es mi elección. Entonces entendí la elección de Michael conmigo y la de mi hija con el Tío Beto y elegí ver lo que no quería ver.
La vida puede ponernos al frente situaciones que no entendemos, que no las experimentamos lindas, que nos duelen y sobre eso no tenemos ningún control, sobre qué vemos acerca de esas situaciones y qué realidad construimos, sí.
Y con las personas también hacemos lo mismo. Un día le pregunté a Steph — mi hija — ¿qué no te das cuenta de que el Tío Betito no es perfecto? Y su respuesta fue bellísima: Si lo sé, no lo es, y he elegido amarlo como es y fijarme en lo que me gusta y en lo que construye.
El día que la escuché, pensé que Michael eligió amarme de esa forma en conciencia. Que yo elegí amarlo de esa forma, que a la gente cercana a mí la amo de esa forma, que a mis padres, a mis hermanos y a mis amigos, he elegido amarlos de esta forma.
De la elección al aprendizaje
Todo esto no es un proceso de aprendizaje, sino una elección que puede generar un aprendizaje. Es la posibilidad de escoger qué quiero ver en el otro, qué quiero tomar del otro, con qué del otro me quiero vincular, en total claridad en función de lo que quiero construir. Y luego, aprender cómo hacerlo — en el día con día — , en un proceso de ensayo y error como decía Michael.
Hace unos días platicando con Aye Ramírez al respecto, de repente volteó y me dijo yo también tengo a mi “Tío Betito”. Me reí y le dije: sí, creo que sí.
En ese momento entendí algo que Michael decía y no pude ver en su momento: en el instante en que elegimos mirar a los demás como mi hija mira “al Tío Betito” estamos preparando el camino para la paz.
No quiere decir que no veamos las diferencias, tampoco que nos veamos perfectos, de hecho, quiere decir que elegimos qué queremos ver, por el bien de nuestra vida.
¿Qué pasaría si un día descubriéramos que esto no es sólo con los que amamos y nos han amado, sino con todas las personas que habitamos el planeta? Quizá dejaríamos de matarnos por nuestras diferencias y veríamos como decía Michael que “cuando un miembro de la humanidad tiene un problema, toda la humanidad tiene un problema”.
Nota del Autor:
Un síndrome es un conjunto de fenómenos que concurren unos con otros y que caracterizan una determinada situación. Y cómo en la situación con la que yo entendí lo que comparto en este artículo, todos los fenómenos están vinculados con el “Tío Betito” es por esto por lo que lo he llamado así.
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