Por Gabriela Molina

Debo confesar que siento cierta incomodidad cuando quiero compartir en los círculos donde participo que estoy en un curso de desarrollo humano para ser “coach”. De hecho, no lo digo a menos que sea necesario, y es que tengo prejuicios sobre las herramientas que han proliferado para que nosotros, los ciudadanos de esta nueva era, podamos ser felices encontrando respuestas que nos digan si estamos siendo buenas personas o si estamos en la dirección correcta para alcanzar lo que nos proponemos.
Sin embargo, pasar por la crisis de los 40 años de la mano de la teoría de la forma, sintiéndome acompañada por una persona (hoy institución) que supo cómo ofrecerme una estructura de preguntas para ayudarme a ordenar mi pensamiento, para ver y distinguir cómo participo de diferentes maneras y con distintos comportamientos dependiendo la actividad y el entorno donde interactúo… me ha hecho pensar que, quizá, el problema no ha sido sentirme inadecuadamente incómoda, sino que simplemente estaba confundida con la capacidad y versatilidad que puede tener mi persona.
Afortunadamente ésta no solo es una técnica para salir de la confusión ordenando nuestros sistemas, sino que es una propuesta para apelar a nuestra legítima facultad de proyectar una buena vida durante nuestra estancia en este planeta. Y aquí la distinción con otras metodologías: la forma de la pregunta es también una manera de ver a futuro, de que nuestra mente haga una proyección visual utilizando la imaginación para que nuestra persona se vea haciendo aquellas acciones que le permitirían saber que está realizando lo que quiere hacer: en mi caso, montando mi caballo a paso, trote y galope en total control y disfrute.
Esto que estoy escribiendo es un esfuerzo por reducir la complejidad de dos años intensos de participación y estudio con Michael Blumenstein y Katia del Rivero, de lo que hoy conocemos como la Teoría Blumenstein. Y en especial, de compartir mi último descubrimiento y asombro con respecto al hecho de que en el último módulo de la formación me di cuenta que para mí un proceso de aprendizaje fue poner atención no solo a la teoría, sino a la persona que enseñó su propia teoría. Hoy intuyo que lo que de alguna manera le permitió ese doble papel fue el permitirse ser un observador de la propia forma; es decir, un observador que busca mantenerse a flote siendo consistente en el devenir del mar de las distinciones que, probablemente, no es otra forma más que estar abierto en el mar de la incertidumbre.
Con amor y respeto a Michael Blumenstein.
No comment yet, add your voice below!