por Katia del Rivero

¿Buenas o malas decisiones?
Durante este febrero loco en el que estamos hablando de la incertidumbre y cómo afrontarla, las decisiones son un tema fundamental.
¿Alguna vez te ha sucedido que tomaste una decisión que te pareció la mejor opción y luego piensas que “te equivocaste”? O quizá alguna ocasión elegiste lo que consideraste no tan adecuado, pero viable ¿y resultó ser una extraordinaria opción?
Pues bien — como decía Michael Blumenstein — tenemos malas noticias para ti: las buenas decisiones no existen… aunque también tenemos buenas noticias para ti, ¡las malas decisiones tampoco existen!
En todo caso, las decisiones son “apuestas de futuro”, porque ni tú ni yo sabemos con certeza lo que sucederá en el siguiente segundo.
Algunos mitos a explorar
Desde mi perspectiva, es un mito pensar que si hacemos un análisis concienzudo y con datos precisos tomaremos una buena decisión. Eso solo incrementa las probabilidades de que la decisión responda a nuestra expectativa en el entorno en que estos datos y análisis se han hecho. No significa que aseguremos el futuro, ni mucho menos el resultado; como tampoco significa — necesariamente — que el resultado nos vaya a gustar realmente.
Existen las decisiones y no son buenas ni malas. “Bueno” o “malo” es una evaluación que hacemos de las decisiones en función de lo que emerge después de haberlas tomado. Y parece ser un maltrato hacia nosotros mismos cuando evaluamos una decisión de historia con la nueva información de futuro, incluso si ésta emerge un segundo después de la decisión.
Tenemos muchos mitos acerca de las decisiones que, adicional a su evaluación, no son útiles para sentirnos aptos ante la vida y “navegar confiadamente en el mar de la incertidumbre que la vida es”.
¡Hagamos algo bueno con ellas!
Si partimos de la premisa que no hay ni buenas ni malas decisiones, que las decisiones son decisiones y que cuando las tomamos solemos elegir aquello que consideramos la mejor alternativa ante la situación, entonces más que juzgarnos o devaluarnos por la decisión tomada, lo que podemos es hacer algo bueno con ella.
Es decir, contribuir de tal forma que resulte lo mejor posible. Si te casaste con alguien, contribuir para que esa decisión se transforme en un buen hogar. Si elegiste una sociedad, contribuir de tal forma que ese socio se sienta invitado a construir contigo un negocio. Si elegiste una inversión, contribuir para que la inversión genere aquello que consideres adecuado. Si decidiste tener un bebé contribuir para que ese niño crezca en un ambiente adecuado. Si elegiste un trabajo contribuir de forma tal que ese empleador se sienta invitado a construir contigo. Si elegiste un colaborador, contribuir para que ese colaborador se sienta invitado a ofrecer su talento.
Y si después de buscar formas de que funcione, no encuentras aquello que buscabas con esa decisión; entonces — nuevamente — “haz algo muy bueno con esa decisión, incluyendo la posibilidad de cambiarla si no es lo que esperabas”.
El mito de “hasta la muerte”
Quizá estés pensando, ¿Cómo cambiar la decisión?, ¿Cómo moverme si dije que aquí iba a estar? ¡Jamás haría eso, si di mi palabra! ¡Se lo prometí a mis padres! o miles y miles de frases que hemos aprendido al respecto.
Si bien — en mi construcción — “di mi palabra y no puedo cambiarla”, “hasta que la muerte nos separe”, “nudo atado nada más se deshace cortándolo” son ideas con un origen lindo porque buscaban que las personas mantuvieran sus acuerdos y sobreviviéramos juntos; una vez más anteponer una forma a la vida misma, puede ser muy retador para la propia vida.
Las formas son útiles porque las usamos para que contribuyan a mantenernos con vida y de ser posible a disfrutar de esa vida. “Atar la vida a una forma” limita su propio propósito.
En este sentido, si la decisión que tomaste, si la palabra que diste, si el compromiso que hiciste no es algo que quieras o puedas mantener actualmente, lo mejor que puedes hacer es cambiarlo. Si tú mueres en el intento (y por morir me refiero a la literalidad de la palabra y también a las formas de “muerte en vida”, como no disfrutar la vida) tampoco podrás cumplir dicha palabra.
Así que crear nuevas posibilidades, explorar otras que antes no se conocían y que hoy pueden ser interesantes ante la experiencia, creando nuevos escenarios es completamente válido.
En mi experiencia las personas que tienen situaciones muy complicadas porque se sienten atrapadas ante sus decisiones y que, finalmente toman una decisión para explorar nuevos escenarios terminan más satisfechas, plenas y con mejores vínculos.
“Piedra, papel o tijera”
En una ocasión estábamos en la oficina y necesitábamos tomar una decisión. Yo tenía una alternativa y Michael tenía otra diferente. Ambas parecían valiosas, interesantes, viables y con potencialidad. Yo quería hacer un análisis de escenarios y Michael propuso que jugáramos “piedra, papel o tijera”. Yo casi muero ante la propuesta. ¿Cómo era posible que eligiéramos así? Y entonces aprendí mucho de lo que aquí comparto y entendí que da exactamente igual si al final tenemos el compromiso de hacer que la decisión funcione (a través de nuestras contribuciones, incluyendo la contribución de cambiar la decisión si no resultó lo que esperábamos).
De igual forma, si se tomó “una buena decisión” y alguien que no estuvo de acuerdo, la sabotea con sus contribuciones o evidencia los retos que todo nuevo proceso plantea, es muy probable que esa “buena decisión” se transforme en una no “buena decisión”, porque es más importante el corazón de todos puesto en hacer que funcione, que la posibilidad en sí misma.
Finalmente
Entre más aptos nos sentimos para tomar decisiones y hacer algo bueno con ellas — incluyendo cambiarlas — es más probable que más seguros y confiados nos sintamos ante la incertidumbre del mundo actual, de la vida y del futuro.
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