por Katia del Rivero

El mito de la certidumbre

Quizá pienses que eres privilegiado porque hoy la ciencia ha avanzado mucho, porque hemos decodificado el genoma humano y sabemos que sólo el 4% de nuestro ADN nos distingue.

Probablemente crees que entendemos el mundo y la materia porque en el 2012 se identificó el Bosón de Higgs (partícula encargada de dar masa a las demás en el Universo y uno de los grandes misterios de la Física moderna) o porque hemos encontrado agua en Marte, creado vida artificial, identificado la edad del universo o descubierto a Ardi — el homínido más antiguo conocido hasta ahora — .

El “triunfo” del hombre sobre el conocimiento nos ha orientado a pensar que si conocemos, controlamos. Y que si controlamos, podemos sentirnos seguros.

El mito que se ha extendido a la organización

Posiblemente trabajas en una empresa donde manejan datos y estadísticas. Hablan de la certeza de los números y de las decisiones basadas en información verídica y confiable. Quizá piensen que controlan el resultado, que conocen el proceso, que manejan los factores que los llevan al éxito o que les permiten ser “buenos líderes”.

Vivimos en un mundo donde creemos saber todo con certeza. En una época donde creemos que el conocimiento claro y evidente nos da seguridad.

Así que hemos orientado nuestros procesos de formación y desarrollo de capacidades hacia el conocimiento: en los datos, la información y el entendimiento que se puede generar a partir de dichas referencias.

Parece cierto que hoy conocemos mucho más — y de forma más acelerada — que en cualquier otra etapa previa.

¿Realmente es así?

Si consideramos que la ciencia aún no se pone de acuerdo en temas tan simples como: “cuál es la mejor dieta para el ser humano”, “¿por qué necesitamos dormir?” o “¿cuál es la forma `correcta´ de criar a un niño?”, quizá comencemos a cuestionarnos.

Si bien hoy se han establecido varias teorías acerca del origen de la vida y cómo se forma, aún no somos capaces de explicar que hace que un organismo se mantenga vivo o que las partículas establezcan ciertas relaciones para facilitarlo.

Si bien sabemos qué zonas del cerebro “se encienden” ante ciertos procesos (lo que demuestra los muchos avances en nuestro conocimiento sobre ese complejo órgano, con las hoy llamadas “neurociencias”), aún no hemos visto “cómo se forma” un pensamiento o si es similar o diferente al que forma otra persona ante el mismo estímulo.

Entonces, ¿dónde estamos parados?

En mi perspectiva, en un mito: el del control. En otras palabras, el mito del conocimiento, de la certeza. Y parece qué, por más que conozcamos, por más que tratemos de controlar, la única certidumbre de la vida es la incertidumbre.

El punto focal es que todo nuestro sistema de educación está orientado a generar conocimiento, no a generar aptitud ante la incertidumbre.

Entonces cuando el ejecutivo toma una decisión y no resulta como se esperaba, se siente impotente y la grita a su equipo. Cuando la inversión segura que nos recomendaron resulta no tan segura y perdemos nuestro capital, nos tiramos por la ventana. Cuando la novia a la que pensábamos enamorada, nos deja por otro, enloquecemos y nos emborrachamos.

El reto más grande

En mi perspectiva el reto más grande que tenemos los seres humanos en esta llamada “sociedad del conocimiento” es darnos cuenta de que el conocimiento no nos genera aptitud ante la vida; a menos que sepamos para qué sirve, cómo se utiliza y nos sintamos capaces de usarlo.

Lamentablemente nuestra sociedad no nos educa para ello, no nos forma para la incertidumbre; de hecho, nos forma para la certidumbre. Entonces el verdadero reto está en aprender a navegar confiadamente en el mar de la incertidumbre que es la vida.

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