
Cuando me enfermo, usualmente lo que hago es ir con un médico, describir mis síntomas y él o ella me devuelve un diagnóstico (basado en conocimiento, experiencia y estudios) que usualmente viene acompañado de una receta. Lo siguiente que hago es ir a la farmacia, adquirir el medicamento (que algún químico diseñó y algún laboratorio produjo) tomarlo de acuerdo a las indicaciones y listo. Unos días más tarde vuelvo a estar sana. Y tengo una pregunta, ¿gracias a quién? ¿Gracias a qué? ¿Al médico? ¿Al químico? ¿Al laboratorio? ¿Quién hizo realmente el “trabajo” de curarme?
La respuesta, desde mi punto de vista, es mi propio cuerpo. El médico ofreció un posible diagnóstico y una posible cura. El químico diseñó una fórmula que un laboratorio puso a mi alcance. Yo hice lo propio, incrementando la disponibilidad de la sustancia para mi cuerpo. Y fue mi cuerpo quién hizo la mayor parte. Fueron mis células y los diversos sistemas que forman quiénes tomaron el insumo disponible, lo utilizaron y como resultado me curé. Fui yo, o el conjunto de células y procesos bio-químicos y físicos que hacen que yo sea yo, quienes trabajando en conjunto me devolvieron la salud.
Algo parecido me parece que debe suceder en el mundo de la consultoría. En la analogía, los consultores son el médico. Excepto que, en la realidad, por más años de estudio y experiencia que tengas, no hay dos clientes iguales. En ese sentido es más fácil para un médico, por que todos los humanos tenemos más o menos los mismos procesos. Y los médicos pueden confiar en que la mayoría vamos a responder más o menos igual a los mismos medicamentos.
Sin embargo, como consultor, por más experiencia que tengas, por más parecidos que sean los problemas de tus clientes, por más que sean del mismo ramo o tengan la misma actividad, no hay dos iguales. Las empresas están hechas de personas, sus procesos son operados por seres humanos y de esos, no hay dos que piensen igual. Por lo tanto, no hay dos grupos de personas (o equipos), ni dos clientes que sean exactamente los mismos.
Y siguiendo la analogía, ni siquiera esta en tus manos de consultor la capacidad de resolver sus problemas. Eres un externo. Puedes ofrecer apoyo, consejo, guía, “diagnóstico” incluso una receta que tú juras va a “curar” el problema de tu cliente. Y nada de eso te hará pertenecer a ese sistema social. Y nada de eso hará que tus clientes resuelvan sus “enfermedades” o problemas si no quieren o si no encuentran cómo.
Desde mi punto de vista, los consultores existimos para ofrecer herramientas. Habilidades, formatos, métricas, hábitos, comportamientos, cualquier cosa que nuestros clientes puedan tomar, apropiarse y usar. Cualquier cosa que los haga sentir mejor preparados para que ellos resuelvan lo que pasa en sus empresas o negocios.
Nuestro trabajo consiste en lograr que no nos necesiten. Dicho en términos de la Teoría Blumenstein, nuestro trabajo es poner a su disponibilidad formas que les permitan mantenerse en su suficiencia. Al menos el tiempo necesario para que resuelvan (o no) sus problemas.
Ojo, que no te necesiten no quiere decir que no trabajen contigo. Que no te necesiten quiere decir que desde su suficiencia decidan que tú, lo que ofreces y lo que sabes, es el apoyo que quieren. Que no te necesiten no quiere decir que te quedes sin trabajo. Quiere decir que tu trabajo les sirva y contribuya a su autonomía y suficiencia.
Este modelo de consultoría es en el que creemos en Visión Sistémica. Uno en el que la colaboración, el mutuo respeto, la equidad entre personas y sus ganas de hacerlo juntos, es lo que cambia a los equipos, las empresas y los negocios.
Te invitamos a conocer más sobre nosotros y lo que hacemos en nuestro taller Construyendo Juntos: Una introducción a la Teoría Blumenstein. Ponte en contacto con nosotros para más información.
No comment yet, add your voice below!