Por Katia del Rivero

La diferencia es la esencia de la vida
¿Tienes una planta cerca? Por favor, para de leer un momento y voltea a verla con ojos de observador. ¿Las hojas son iguales?
Antes de que respondas sí, porque son similares, voltea a ver nuevamente. ¿Las hojas son exactamente iguales? Cualquier que sea la planta que tengas al frente, estoy absolutamente segura de que la respuesta es no.
¿Cómo lo sé? Porque no hay dos elementos idénticos en la naturaleza. El simple hecho de que ocupen espacios distintos los hace diferentes, aunque fuera idénticos (cosa que tampoco existe).
Los seres humanos tenemos un 99.9% de similitud en nuestra estructura de ADN entre unos y otros. Este porcentaje varía en nuestra comparación con las diferentes especies de animales o seres vivos, por ejemplo compartimos un 96% con un chimpancé y un 60% de similitud con un plátano. Parecería que somos similares, ¿es correcto? ¡Pues NO!
Ese maravilloso y significativo .01% te hace completamente único en la naturaleza. Michael Blumenstein decía “que a la naturaleza le gustan las diferencias” y en función de lo que podemos observar, parece que sí.
¿Y los seres humanos?
Contrariamente a esto, pareciera que a los seres humanos no nos gusta la diferencia. Nos sentimos más cómodos en las similitudes y hasta construimos “normalidades”.
Hemos “normalizado” el comportamiento, la educación, el desempeño, la inteligencia, las relaciones, los gustos, lo bueno, lo malo, la moral (ahora que está de moda), los valores, el liderazgo, el peso, la salud, el pensamiento, etc. etc.
Pero ¿qué es la normalidad? La palabra “normal” en su etimología latina era el nombre dado a la escuadra o regla del carpintero. Con el tiempo se utiliza como referencia, regla, modelo guía de comportamiento.
Y aquí lo importante es ¿y quien fija esa regla o referencia? La estadística. Ni más, ni menos. De ahí que cuando hablamos de “normal” hablamos de “estado natural”. No es que sea el estado natural, es que nos lo parece porque es más común.
¿Para qué establecemos “normales” en la vida? Para sentirnos más seguros. Para que nuestro cerebro sea libre de manejar las cosas que realmente son importantes para sobrevivir.
Así que si considero normal que la gente no grite, dejo de estar atento a lo que dicen excepto que alguien levante la voz. Si considero normal que una persona utilice tiempo de oficina en su vida personal no tendré observación al respecto porque literalmente “elegiré no verlo” (la mayor parte de las veces de forma no consciente hasta que aprendemos cómo nos manejamos ante el mundo para sobrevivir).
¿En dónde es que la “cochina tuerce el rabo”?
Cuando en lugar de estadístico, más común o menos común; lo transformamos en bueno o malo, correcto o incorrecto y a lo más o menos común le asignamos un juicio de valor.
Y digo que la “cochina tuerce el rabo” como decía mi abuela, porque cuando significo como malo o incorrecto lo que no es común para mí, invito a mi cerebro a que se considere en peligro y cuando mi cerebro se considera en peligro entonces hará lo necesario para cuidar de sí y su supervivencia; y entonces tendrá comportamientos de ataque, huida, exclusión, etc. para sobrevivir.
La razón es muy sencilla. El cerebro, como a la naturaleza le gustan las diferencias, las encuentra en general atractivas, interesantes; hasta que la diferencia no la considera distinción, sino peligro, considerándola mala, incorrecta y hasta riesgosa.
¿Qué podemos hacer?
Amanecer cada mañana y mirar las diferencias. El cielo nunca es igual. Las hojas de los árboles son todas distintas. La tonalidad del amanecer cada madrugada nos sorprende. La temperatura de cada día no es la misma. Mira todo esto a tu alrededor y luego voltea a ver a ese ser humano que te parece que es malo, que está incorrecto, que no es normal y recuerda que… sólo es distinto, como en la naturaleza.
Y que igual que en la naturaleza, la vida se construye a partir de las diferencias, no de las similitudes.
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