
Esta breve y muy enriquecedora historia empezó, para mí, hace poco más de un año. Desde que trabajaba en el área de Recursos Humanos conocí la propuesta de Visión Sistémica (VISI). Si bien mi primer contacto fue a través de las constelaciones empresariales (que me parecieron una herramienta muy poderosa para mirar de manera diferente lo que ocurre en las organizaciones) eso, apenas, era una pequeña muestra de lo mucho que aprendería de sus fundadores.
Katia del Rivero, Directora de VISI, me planteó la posibilidad de ser mi primer cliente en esta etapa independiente y a mi me brillaron los ojos. Supongo que algo en mi interior sabía que se trataba del inicio de una aventura que, literalmente, me cambiaría la vida. Muy pronto conocí a Michael Blumenstein, también Director y Fundador de VISI, además de ser el compañero de vida de Katia. Ambos me parecieron encantadores y así empezó una relación de colaboración que paso a paso se transformó en una amistad entrañable.
Katia y Michael me distinguieron invitándome a participar en su Máster VISI Coach y este año tuve el privilegio de incorporarme al grupo de formación, cuya foto enmarca el inicio de este post.
Clase a clase descubrí más a fondo la sabiduría de Michael. Tengo un par de cuadernos llenos de apuntes con frases que le escuché soltar al aire con una naturalidad como quien simplemente respira conocimiento y lo comparte generosamente.

En la foto que comparto apenas iniciaba el Máster. Eran las primeras sesiones. Michael se quitó los zapatos y así… con esa sencillez que lo caracterizaba dictaba una verdadera cátedra acerca del funcionamiento del cerebro. Alguna vez nos dijo que era imposible comunicarnos y yo salté de mi silla… ¡se supone que yo trabajo en temas de comunicación y que ayudo a mis clientes a comunicarse con el mundo! El Maestro me había retado.
Y así lo hizo muchas veces más. Diciendo que el futuro es incierto y que sólo podemos confiar en que somos suficientes… nos guste o no.
En alguna otra reunión inició preguntando “¿Qué es la vida?’” y la verdad es que este hombre no necesitaba estar en el salón de clases para sacudirnos… lo hacía con frecuencia frente a su humeante taza de té verde, mientras me miraba sereno través de sus anteojos y reía al ver mi cara de sorpresa con sus preguntas.
Michael era un hombre muy cálido… siempre me saludaba diciendo “¡Hola Señora!, ¿cómo está?” (así, sin “s”) y enseguida me daba un abrazo apretado que siempre me hizo dudar de su origen alemán. Hablaba poco español, pero en los tres años que llevaba en México, había aprendido a usar dos términos clave “té verde” y “mermelada”.
Por mi parte, tuve la fortuna de verlo crear, soñar, pensar, escribir, hablar, observar y enojarse cuando editaba los títulos de sus posts. Muchas veces me senté a su lado cuestionándome si algún día lograría entender toda su propuesta… aun me lo pregunto. Y es que siento que su metodología es justamente la luz que hace falta en esta época tan compleja que nos ha tocado vivir.

Michael hablaba desde el corazón y nos proponía que siempre lo hiciéramos así. Que nos hiciéramos responsables de nuestras contribuciones a los diferentes sistemas sociales y que nunca perdiéramos de vista la suficiencia. ¡Vaya reto!
Con el paso de los días he tratado de acomodarme el corazón… sigo triste y no ha pasado una jornada sin pensar en mis queridos amigos.
Katia me regaló una hermosa planta que Michael plantó y escribo este post echándole una mirada entre párrafo y párrafo. Realmente espero que mi talento sea suficiente para traducirlo en una contribución que ayude a difundir su propuesta. Pienso que mi querido Maestro dejó muchas semillas y sólo espero ser terreno lo suficientemente fértil para dar buenos frutos.
Ahora sé que Michael dijo alguna vez que había visto en mi los ojos limpios para hacer esta labor. Y aunque esta mirada limpia a veces se nuble de lágrimas, siento que no hay otra opción más que seguir teniendo una buena vida en honor a este hombre sabio y entrañable.
¡Gracias Michael, gracias con el corazón!

Por Angie.
Publicado originalmente aquí.
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