Por Katia Del Rivero

Piensa en el/la niño/niña que fuiste alguna vez. ¿Qué le hizo falta? ¿Que le dolió? ¿Donde se quedó?, ¿con sensación de “me faltó algo”?
Ese/a niño/niña aprendió a sobrevivir ante esas situaciones de alguna forma.
Quizá lo que hizo fue aprender a reprimir sus necesidades. Probablemente a “hacerse duro e insensible” o a “reír para evadir” y no dar valor a sus sentimientos. Puede ser que “aprendió a ser muy servicial y amable”, incluso pasando por sí mismo y su propia dignidad.
¿Qué hizo este/a pequeño/a para sobrevivir? ¿No te acuerdas? Déjame plantearlo de otra forma: cuando eras niño/a, solo eras considerado suficiente si… y quizá tus respuestas vayan en el tenor de: cuando obedecía, cuando me portaba bien, cuando no hacía travesuras, cuando no lloraba, cuando me esforzaba mucho, cuando sacaba dieces. Es decir, viviste algo que condicionó tu suficiencia ante la vida y posiblemente, incluso el amor se te demostraba en función de un comportamiento o varios.
Los niños, como los adultos, somos seres vivos. Seres que buscan sobrevivir y hacen aquello que está a su alcance para cuidar de sus vidas, así que es posible que esa reacción que aprendiste de niño la mantengas hoy como adulto. ¿Y por qué no mantenerla? Si te fue útil y te sirvió en algún momento, entonces ¿para qué dejarla?
Quizá no te has dado cuenta que mantenerla es doloroso, tan doloroso como lo fue de niño cuando te quedaste con una necesidad insatisfecha: de amor, de reconocimiento, de validación, de mirada, de aceptación, cuando se condicionó todo esto a que pudieras hacer ciertas cosas.
Nuestros niños internos lastimados
Por favor, para quien a este momento considere que sus papás, hermanos, abuelos, maestros son culpables; solo lo invito a reflexionar acerca de que probablemente ellos también vivieron esas historias y también tienen “niños internos muy lastimados”, con infancias no felices. Así que culparlos no sirve de mucho, nos mantiene en lo mismo conocido.
¿Cómo entonces podemos vivir una buena infancia siendo adultos? ¿Cómo podemos darnos una niñez feliz si carecimos de ella? La respuesta es sencilla: tratando a ese niño, que aún habita en nosotros, de la forma en cómo nos hubiera gustado ser tratados. El gran tema es que terminamos siendo nuestros propios verdugos, porque es lo que aprendimos y utilizamos para sobrevivir.
Así que hoy, de adulto, me descalifico de la misma manera que me descalificaban cuando era niño si no terminaba en tiempo la sopa. Me digo “tonto” de la misma forma en que me decían cuando rompía un vaso en la mesa. Paso por encima de mis miedos y río ante todos para caer bien y sobrevivir al trabajo. Me exijo con la misma demanda que lo viví de niño y nunca soy suficiente a mis ojos, como no me sentí suficiente de niño.
Es decir, me trato de la misma manera en la que NO me gustaba ser tratado. De esta forma repito la infancia no feliz o insatisfactoria que tuve.
Cómo vivir, de adulto, una niñez feliz
¿Puedo hacer algo diferente? ¿Es posible regresar el tiempo? ¿Puedo repetir mi niñez? ¿Puedo vivir una niñez feliz?
Sí podemos hacer algo diferente. No podemos regresar el tiempo. No podemos repetir la niñez. Y sí podemos darnos una infancia feliz en el presente, que significa, tratarnos a nosotros mismos en situaciones de desamparo de la forma en que nos hubiera gustado ser tratados y no lo fuimos. Esto significa no continuar mirándonos con los ojos de insuficiencia con que fuimos vistos y comenzar a mirarnos con ojos de suficiencia.
Si aprendí a pasar por encima de mis necesidades, entonces intenta escucharlas, preguntarle a ese niño dentro: ¿qué requiere? ¿qué quisiera que fuera escuchado?
Si fui mirado con ojos de “no eres suficientemente perfecto nunca” quizá sea tiempo de reír de mi imperfección, de valorar mi esfuerzo, de considerar lo que sí hay, de preguntarme si es tan importante la perfección que cuido, de darme el permiso de cometer un error.
Si no puedo darme el permiso de ir al baño porque tengo que terminar las tareas antes de poder ir, quizá sea tiempo de dejarlas a la mitad y atender las necesidades de mi cuerpo tantas veces como requiera.
Cuando somos adultos, nosotros somos el “padre”, la “madre” interna de ese niño interno, podemos darle una niñez igual de carente como la que quizá tuvimos, o podemos ofrecerle la oportunidad de vivir una infancia feliz finalmente. ¡Tú eliges!
Y seguramente en función de tu elección, tu niño/a interior “hará berrinche”, “se quedará callado” o comenzará a reír y a vivir una buena infancia.
No comment yet, add your voice below!