Por Katia Del Rivero

En estos días tuve la oportunidad de conversar con una persona a la que he aprendido a querer mucho.
Exploraba con él de dónde venía una sensación de que no era bien visto en la organización.
Y su respuesta fue muy linda: “así me lo han dicho, que no soy parte de esta administración”.
Explorando un poco más, me contó una historia de juventud. En el sistema donde está, se elige administración cada tres años. Seis años atrás y con la intención de cuidar su lugar dentro del sistema para cuidar su salario y a su familia, con la inexperiencia, consideró que debía tomar partido e hizo campaña.
Seis años después, con otra administración y sin haber tenido la oportunidad de florecer porque las promesas de campaña se quedaron en eso. Tampoco siente que tiene un lugar en la administración actual, aunque en cualquiera de todos los casos su corazón ha estado en la institución, quiere contribuir y su único propósito es hacer un buen trabajo para cuidar de los suyos.
Cuando escuchaba su historia, más allá del proceso que él quería para encontrar su buen lugar nuevamente, me preguntaba mucho acerca de los demás.
¿Cómo es que “congelamos” la imagen de una persona en función de un comportamiento que tuvo seis años atrás?
Michael Blumenstein decía que los seres humanos tratamos de manejar la complejidad del mundo y para ello vamos creando mecanismos de simplificación.
Esto no es un tema de “buenos” o “malos” es un tema de supervivencia básica.
Cuando estamos en el proceso de conocer a una persona, generalmente ponemos mucha atención y utilizamos mucha de nuestra energía.
Cuando conocemos a una persona, usualmente el proceso de cada nueva interacción nos demanda atención, porque no sabemos cómo reaccionar, no tenemos una referencia de posibles significados ante nuestras contribuciones, así que estamos en posible riesgo de supervivencia. ¿Qué tal que el otro se comporta como un león feroz y nos quiere comer?
El tema es que después de las primeras interacciones nos vamos formando un estado de seguridad en el que “creemos” que sabemos cómo reaccionar, porque “creemos” que sabemos quién es esa persona. Y entonces la ponemos en las cajitas de “bueno”, “confiable”, “neurótico”, “peligroso”, “desleal”, “comprometido”, “irresponsable” o la que sea que hayamos construido con los comportamientos de las primeras interacciones.
Esto es un mecanismo de vida, una vez más, nos da la oportunidad de saber cómo reaccionar. Porque ante los “intolerantes” tengo el programa de reacción “cuidado” y ante los “amables” tengo el programa de reacción “sin problemas”.
¿Cuál es el riesgo de esto? Que dejamos de ver a las personas. Asumimos que son y no que están siendo. Y más aún, que pueden contribuir de forma diferente dependiendo de nuestro ajuste o cambio de contribución.
Y entonces tenemos al frente alguien que conocimos en un momento de vulnerabilidad y que nos pareció agresivo. Y si no nos damos la oportunidad de mirarlo con ojos nuevos, nunca descubriremos otras partes de esa persona, y sobre todas las cosas es poco probable que queramos contribuir nosotros de forma diferente para construir juntos.
Por lo tanto, nos quedamos en una zona de seguridad y poco fértil a las nuevas posibilidades.
Quizá la siguiente vez que mires a alguien y digas: “ahí viene el odioso este”, en vez de reaccionar con el programa de “respuesta a los odiosos”, contribuyas con la posibilidad de “nuevos ojos” y probablemente la vida y ese otro te sorprendan.
Y justo así le sucedió al personaje de nuestra historia, quien comenzó a generar contribuciones diferentes. Se empezó a comportar con la certeza de que su corazón está en este sistema y que puede reconstruir y construir puentes, lazos y vínculos hasta el propósito actual.
Hoy se siente diferente porque está interactuando con quienes no lo hacía antes y parece que va en plena construcción de un futuro prometedor.
¿Y tú? ¿Te quedaste en el programa de simplificación o te das el reto y la oportunidad de construir algo diferente?
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