Del juicio, al no juicio, del no juicio al multi-juicio, del multi-juicio a… mi juicio es sólo mi juicio.
por Katia del Rivero

La maestra del “no juicio” que estaba llena de juicios.
Quizá han pasado siete años de esta conversación y yo aún la recuerdo como si hubiera sido ayer. Caminaba a la orilla del mar en Plencia con Asier Gallastegui. Conversábamos sobre nosotros. Yo exploraba porque él estaba molesto conmigo, al menos así lo sentía yo.
La respuesta que me dio es quizá la única respuesta que no hubiera esperado: Es que te comportas como si lo supieras todo, siempre tienes una respuesta, siempre tienes una explicación, siempre tienes la verdad… ¡¡¡Estás llena de juicios!!!
¡Ufff! Decirle a la “maestra de los no juicios” — ¡Eso es lo que yo compartía a través de enseñar constelaciones familiares y organizacionales! ¡Eso fue lo que me enamoró de esa metodología! — que estaba llena de juicios fue cómo si me hubieran dado un golpe seco en el estómago y me hubieran sacado el aire.
Sinceramente no recuerdo mucho más de esa conversación, excepto que me sentí muy mal, ofrecí sinceras disculpas y el mundo se me movió.
Los juicios y yo
Los juicios han sido un tema significativo desde que nací. Crecí en un entorno donde la vida se dividía en correctos e incorrectos. Eso no me pareció inadecuado hasta que me di cuenta de que las personas que predicaban lo correcto hacían muchos de los incorrectos.
Al mismo tiempo, miraba que las personas que eran señaladas como “incorrectas” tenían muchos comportamientos que me parecían “más correctos” incluso que los que predicaban “los correctos”. Eso sí me comenzó a conflictuar.
Después de una crisis a los 19 derivada de que no quise casarme con quien habían elegido para mí, sentí el rechazo importante de aquella comunidad en la que crecí y encontré acogida entre “los incorrectos”. Gente maravillosa, en mi construcción, que “no predicaban” de vidas perfectas. Eso me acomodaba bien y dio pie a un gran viaje de descubrimiento.
En ese camino estudié cualquier cantidad de religiones y filosofías, orientales y occidentales. Montón de propuestas de energía, sanación, esoterismo y chamanismo. Me metí a cualquier cantidad de procesos terapéuticos y a cualquier cantidad de certificaciones psicoterapéuticas, estudié cualquier cantidad de teorías y hasta me enamoré del cerebro y su funcionamiento, estudiando lo que hoy rimbombantemente llamamos “neurociencia” y que hace 25 años sólo era el estudio del cerebro. Me certifiqué en cualquier cantidad de metodologías de coaching, de estrategias de negocio, de equipos y prácticamente en todas encontré lo mismo: personas que “predicaban” verdades y que en su vida cotidiana tenían comportamientos diferentes a esas verdades.
Dicho de otra forma, personas que emitían un montón de juicios acerca de cómo vivir la vida y que no vivían conforme a ellos. ¡¡Qué curiosidad me generaba eso!! Yo tenía que comprender cómo era que funcionábamos así los seres humanos. Me preguntaba: ¿Existe alguna teoría que describa esto?
Constelaciones y los juicios
Cuando llegué a las constelaciones, si bien encontré lo mismo, me pareció que al menos había una respuesta al porqué sucedía lo anterior –¡Las lealtades!– y una posibilidad de hacerlo diferente. Parecía que si respetábamos tres principios básicos: orden, pertenencia y balance y además reconocíamos el origen y honrábamos el destino la cosa verdaderamente podría ser diferente.
Todo fue maravillosamente por siete años hasta que comencé a cuestionar. Entre más me adentré y más cerca estuve del origen más llegaba a la conclusión de qué, otra vez, era más de lo mismo. Me costó entender porque en las asociaciones que promovían constelaciones, en los institutos y con los maestros que las enseñaban, los comportamientos eran casi tan críticos, devaluadores y devastadores -desde mis ojitos- como en aquella primera comunidad religiosa en la que crecí. Me dolía ver que en la propuesta de “sí a la vida con amor” hubiera poco de eso en la realidad.
Un rayito de luz en medio del desamparo.
Absolutamente desencantada de cualquier propuesta teórica o filosófica, me comencé a preguntar que haría profesionalmente.
Tengo el pésimo defecto de no hacer algo que no considere, desde lo más profundo de mi corazón que en verdad es útil, incluso sí eso implica un suicidio comercial. He enseñado muchas cosas y cada una en su momento consideré que era útil — aún lo creo en ciertas dimensiones — y ninguna al final dio respuesta a mi pregunta de origen: ¿qué hace que los seres humanos hagamos cosas que no parecen consistentes con aquello que predicamos o queremos? ¿Que hace que seamos duros en nuestros juicios con el afuera y laxos hacia nosotros mismos?
En este escenario Michael y yo decidimos compartir la vida. Y viví con él. El hombre fue el ser humano más consistente que he visto en toda mi vida. Expresado por mí y por cada persona que lo conoció e interactuó con él, al menos, desde que lo conocí y mientras estuvimos juntos.
Fue su comportamiento lo que llamó mi atención, fue su actuar consistente lo que abrió nuevamente mi curiosidad y finalmente fue la propuesta que desarrollamos juntos lo que dio respuesta a mis preguntas. Con Teoría Blumenstein comprendí porque las personas decimos algo y podemos hacer algo diferente. Para qué es útil este comportamiento y cómo yo, si bien no soy responsable de la elección del comportamiento del otro, contribuyo a ello.
Hoy no me peleo con los juicios, sé qué son míos, también sé que cuando digo algo y hago algo diferente, hubo algún otro elemento que cambió mi juicio e impulsó un comportamiento diferente, aunque haya sido en una fracción de segundo.
Tampoco me peleo con los juicios ajenos, especialmente los que se hacen sobre mí, porque tengo claridad que no son acerca de mí, sino acerca de los otros y sus construcciones de realidad.
En Teoría Blumenstein llamamos a los juicios construcciones de realidad. Porque Teoría Blumenstein nos ofrece claridad de cómo se forman, de cómo es que los construimos y a partir de ello miramos “una realidad”. Y cómo es que desde esta comprensión podemos hacernos responsables de nosotros, lo que pensamos y nuestros comportamientos.
También desde esta comprensión podemos construir con el otro.
Y en ambos casos no hay un ideal que alcanzar. Teoría Blumenstein describe solo la estructura, el proceso en cómo hacemos juicios, para qué y qué podemos hacer con ellos. Y cómo es que somos libres de usarlos o no para vivir una buena vida, porque es una elección.
Y entonces encontré aquello que me explicaba todo lo que no entendía del mundo antes, y que además me dio la posibilidad de comprenderlo con amor, con ternura, con compasión. Me permitió encontrar una forma de vivir en paz en un mundo cuyos comportamientos a veces me parecen horribles y de encontrar cómo contribuir desde un buen lugar. Por eso cambié a Teoría Blumenstein, porque hoy vivo en paz en el mismo mundo que antes no encontré como vivir en paz.
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