
Introducción
En febrero comenzamos a hablar de incertidumbre como constante de la vida y cómo es que el tomar decisiones y generar alternativas fortalece nuestra propia aptitud ante la vida.
Hablamos de que no hay buenas o malas decisiones, sólo decisiones, y que lo mejor que podemos hacer con ellas es convertirlas en algo bueno, (incluso si eso significa cambiarlas) si no resultaron como esperábamos.
En la última reflexión profundizamos en cómo es que tomamos decisiones y hablábamos acerca de estos dos sistemas que tenemos en nuestro cerebro; el que se encuentra en nuestro cerebro reptiliano y que decide en función de nuestra supervivencia (determina que cosas son seguras y cuáles son riesgosas), al que Maja Storch llama “gusano” y el otro que cuida de nuestra supervivencia social, a quien llamamos “juez” por su orientación a decidir entre correcto e incorrecto.
Decíamos también que es muy importante para poder “hacer algo bueno con nuestras decisiones” que estas dos partes estén de acuerdo, en caso contrario tarde que temprano una le reclamará a la otra.
Y a esto último dedicaremos la reflexión de hoy. Cómo lograr que estos dos procesos de nuestro cerebro acuerden entre ellos.
El encarcelamiento del gusano
Una de las formas, tristemente la más común, es cuando “el juez” controla al gusano y lo encarcela para que no opine. Sus necesidades no tienen valor en el momento de la decisión.
Cuando las personas eligen de esta forma, usualmente viven para el “afuera”. Es decir, viven en función de lo que han aprendido socialmente como correcto o incorrecto.
Suelen atropellar sus propias necesidades y deseos. Pueden vivir así mucho tiempo y también, acorde a estudios, es muy probable que presenten síntomas de estrés, insatisfacción, depresión y desconexión con la vida.
La mejor alternativa que tenemos frente a este escenario es transformar a nuestro juez en sabio y hacerlo amigo del gusano.
El juez evalúa, el sabio explora; el juez juzga, el sabio analiza; el juez sentencia, el sabio invita a la reflexión.
Por otro lado, juez o sabio, entre más amplitud de referencia tenga mayor posibilidad de encontrar nuevas alternativas. Es decir, entre más abierto sea y menos piense que hay una sola forma de vivir la vida, más sabio y menos juez será. Ya lo decía Mark Twain, “viajar es la medicina contra los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente”. La razón es muy sencilla, nuestro marco de referencia de construcción de la realidad social se amplía.
¿El libertinaje del gusano?
Las personas tenemos mucho miedo a que el gusano se vuelva libertino si lo dejamos en libertad, si toma el control.
Lo interesante es que se ha observado que esto es poco probable. Recordemos que el gusano decide para cuidar de nosotros y nuestra supervivencia.
Lo que sí es probable es que si estuvo encarcelado y controlado por mucho tiempo quiera “saltar y brincar de la emoción” y eso a personas muy autocontroladas les puede asustar.
El gusano lo único que quiere es vivir en paz. Así que reaccionará a aquello que le genere dolor, miedo, riesgo y reaccionará aquello que le genere alegría, paz, seguridad.
Escuchar al gusano nos vuelve sabios. Escuchar al gusano nos permite conectarnos con nuestras necesidades más profundas, con aquello que requerimos para sentirnos seguros en el mundo.
Y cuando nos sentimos seguros en el mundo generalmente nuestro sabio tiene mayor probabilidad de analizar, reflexionar y considerar alternativas de manera más amplia y serena.
Todas las necesidades tienen el mismo valor
Una de las claves fundamentales de la Teoría Blumenstein© para vivir en paz es que todas las necesidades presentes en un proceso de co-construcción tengan el mismo valor. Esto aplica también para nosotros mismos y nuestros procesos internos de construcción.
Si atropellamos al gusano con nuestro juez, tarde que temprano nos sentiremos incómodos con nosotros mismos. Si atropellamos al juez con el gusano, corremos el riesgo de ponernos en peligro.
Así que lo importante no es atropellar ninguna de las dos necesidades, lo ideal es escucharlas, darles el mismo peso y valor, considerar ambas para tomar una decisión que posibilite que estemos seguros, nos sintamos a gusto y hagamos lo adecuado en el contexto específico que nos encontremos.
Un buen lugar por el cuál empezar a conciliar es preguntarnos “¿Qué resultado me haría sentir satisfecho?” de esta manera, llevamos nuestra mente a imaginar el futuro y pensar que decisión en el presente me llevaría o acercaría a ese futuro satisfactorio. Evaluamos las decisiones como “buenas” o “malas” en función del resultado o consecuencia que surge de ellas, ya sea por que nos sentimos cómodos o incómodos en el marco social o del disfrute interno.
Aprender a hacer esto es un ejercicio de ensayo y error, decía Michael, es un proceso de descubrimiento y acompañamiento para con nosotros mismos. Tratarnos con amabilidad durante el proceso de aprendizaje es la clave y explorar y preguntarnos que nos haría sentir satisfechos, es la guía a seguir.
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