Por Ayesha Ramírez Fernández

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Porque la vida no es una posesión, no es algo que podamos andar soltando por ahí y luego recuperar, la vida se vive”, eso me explicaba Michael Blumenstein una tarde que esperábamos a su amada Katia para ir a comer, entre una sesión y otra. Uno de esos espacios reveladores en los que tuve el placer de ver el trabajo de ambos y de estar presente y al servicio de un grupo que estaba cerrando su formación en Desarrollo Humano.

Visión Sistémica me hizo el honor de invitarme a colaborar con un artículo y desde entonces no he parado de recordar frases, conversaciones enteras y, de hecho, la convivencia con Michael en los últimos días de su vida. Aunque lo conocí hace años, fueron solamente meses en los que tuve la oportunidad de conversar con él, escuchar sus ideas, y aprender de las formas que su metodología ofrece.

Y justo hay dos cosas que aquí quiero recordar, una conversación y una acción, porque ambas, para mí, fueron grandes contribuciones a mi vida.

Tenía un tiempo conversando con Katia sobre ideas en común y posibles proyectos, alternativas para colaborar con su compañía, porque ella sabe cuánto admiro el trabajo que ahí realizan, y en un trayecto corto entre una ciudad y otra, cuando me planteaban, ambos, la posibilidad de darle forma a ese deseo de colaboración, ocurrió más o menos:

KDR: Oye nena, ¿y ya sabes qué vas a hacer de tu vida? Profesionalmente, digo.

ARF: Sé que quiero hacer cosas que me den la sensación de balance entre contribuir con el mundo y que me permitan estar en paz conmigo misma. Una buena vida, así como ustedes dicen.

MB: ¿Y por qué no trabaja con nosotros en la compañía? — le pregunta Michael a Katia.

KDR: No sé, pregúntaselo directamente a ella — y ríe, con esa risa contagiosa tan suya.

ARF: A mí me encanta lo que ustedes hacen, cómo lo hacen, pero quizá no soy tan fan de para quién lo hacen, por mi interés en temas ambientales quizá trabajar para organizaciones no me permitiría estar tan contenta.

MB: Ah, entonces nuestra compañía no es el lugar para eso que tú quieres, para nosotros una manera de contribuir es precisamente a través de las organizaciones.

Luego de eso me quedé callada, admirando la claridad con la que reaccionó Michael. Y pensé, qué increíble poder hablar desde el corazón sin ser violentos, aún con un “no, este no es tu lugar” que es como lo resumiría, me quedé con una buena sensación. Claridad, firmeza, saberse suficiente y reconocer la suficiencia del otro, todo eso presente.

Por otro lado, les comparto una breve anécdota que cabe en otro sistema social. Esa idea también me encanta, reconocer que podemos jugar diferentes roles y establecer relaciones en diversos sistemas sociales con la misma persona, y cuántos disgustos/problemas/creaciones de realidad que podríamos asumir ofensivas, hirientes, etcétera puede ahorrarnos la habilidad de diferenciarlos.

En un espacio muy distinto, puedo decir que tuve el honor de contar con la confianza de Michael, y mejor prueba al hecho de que estando en su hogar, el que con tanto amor cocreó con Katia, con sus selecciones muy específicas de alimentos, un día salió de la cocina y me preguntó si quería comer un durazno el almíbar, o incluso más de uno si así lo deseaba… Katia dijo: ¡Wow!, esa es una oferta que no le hace a todo el mundo, es más, con nadie los comparte, y qué les digo a ustedes que también lo conocieron, me sentí honradísima.

Ese tipo de contribuciones son las que son parte de mi vida, de la buena vida que estoy viviendo, en esta sensación de suficiencia que como él decía, me guste o no, lo vea o no, siempre está aquí, siempre está en el otro, quizá solo hay que estar atentos para recordarla en todas las circunstancias.

Gracias Michael, y por supuesto, gracias también Katia. Desde mi corazón: gracias!

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