por Katia del Rivero

Ahora que estamos invitando a recordar algunas de las características que teníamos cuando éramos niños y que nos parece que pueden ser muy útiles ante la incertidumbre del futuro, nos gustaría invitarte a reflexionar en nuestra — olvidada en muchos casos– capacidad infantil de resolver nuestras diferencias.

Haciendo de la diferencia un abismo.

Imagina que estás mirando tres pantallas al mismo tiempo. En las tres pantallas observas la misma escena. Una discusión entre un grupo de niños.

En la primera pantalla esta escena está conformada por pequeños de 2 y 3 años. En la segunda pantalla por niños de entre 7 y 8 años. En la tercera y última pantalla por adolescentes de 13 y 14.

¿Qué diferencia observas entre estos tres escenarios? Si bien no es una regla y muchos factores pueden influenciar el comportamiento, parece ser altamente probable que observes lo siguiente:

1. En la pantalla uno es muy probable que observes que las diferencias entre los niños de dos y tres años, no duran mucho tiempo. En lo que pareciera una alta capacidad de flexibilidad para volver a comenzar una nueva interacción, sin que pese en gran medida el conflicto previo aún cuando haya sucedido escasos segundos antes, se puede observar como vuelven a intentarlo. Cambian de juego, las reglas o las formas para volver a probar y seguir jugando juntos.

2. Si observamos la pantalla dos, es común observar que los niños tienen un comportamiento distinto a los del primer grupo. Veremos que sus construcciones son distintas. Ya no muestran la misma flexibilidad. Ahora pueden tener comportamientos defensivos que pueden experimentarse como hirientes. Es muy probable que se observe una dinámica donde haya quien se sienta devaluado y quien se sienta sobrevaluado.

3. Y si observamos la pantalla tres, nuevamente veremos diferencias. Es común encontrar grupos de jóvenes entre los cuales discuten, compiten, se consideran mejores unos que otros. En algunos casos hay enojo, se pueden insultar y quizá hasta golpear entre ellos. Por un lado se comportan acorde a su grupo y por otro lado se distinguen con relación a otros en un marco de mejor / peor.

¿Qué hizo la diferencia? Que en el proceso de socialización estos pequeños de dos o tres años que miraban en las diferencias algo sin importancia, sólo una experiencia más que los invitaba a buscar nuevas forms, en el proceso de socialización aprendiendo a hacer de las diferencias algo que lastima, separa y de lo que hay que cuidarse.

Ante este aprendizaje, lo más probable, es que de adultos lo continuemos y aprendamos a trabajar en silos, en cotos, aisladamente, sólo con aquellos que piensan similar a nosotros o con quienes tenemos pocas diferencias.

Esto puede volverse cómodo, seguro, predecible en alguna dimensión y también disminuye significativamente la posibilidad de crecer, retarse, desarrollar, abrir la dimensión de pensamiento y experiencia.

El reto de la digitalización: la colaboración

¿Por qué este tema de trabajar aisladamente es un problema ante la digitalización? ¿Por qué el que no sepamos como limar nuestras diferencias nos coloca en desventaja? ¿Por qué el tiempo que tardamos en resolver nuestras distancias puede hacernos perder oportunidades?

Esencialmente porque en el mundo de la digitalización no sobrevive el más grande, sobrevive el más apto. Y por apto entendemos el que mejor se adapta, de forma más eficiente y en menor tiempo. Aquel que puede flexibilizarse y responder ante el entorno con un rango mayor de posibilidades en el menor tiempo y sabiendo que puede hacerlo nuevamente al siguiente momento.

Y para que esto suceda, se requiere de una diversidad de talentos, de una diversidad de perspectivas, de una diversidad de capacidades. Las diferencias puestas en alineación y coordinación facilitan esta respuesta de manera colectiva. Y usualmente son más rápidas, integrales y funcionales que las que se ofrecen de forma individual.

Es decir, requerimos esa capacidad infantil — insisto, olvidada en muchos — de dirimir nuestras diferencias como algo sin importancia y más bien experimentarlas como la oportunidad de volver a probar, de generar una nueva interacción, de ajustar algo en la interacción para que funcione.

¿Y cómo generar esto si hemos olvidado esta capacidad infantil de mirar hacia el futuro, de construir y de volver a intentar tratando de encontrar cómo sí?

Una invitación a recordar

Algunas ideas que pueden serte útiles pueden ser:

1. Preguntarte ¿Realmente esto es tan importante como para generar un conflicto? ¿Y si sólo lo veo como una distinción de perspectivas, qué oportunidad emerge? Cuando éramos niños no solíamos significar las diferencias como conflictos.

2. Si te sientes molesto ante la diferencia una pregunta clave es “¿Qué necesito en este momento? ¿Qué me haría sentir con posibilidad de ‘volver a jugar’?” Usualmente el niño no se cuestiona estos temas, porque se sabe capaz ante la vida. Muchos de los significados que damos a la situaciones es porque nos cuestionamos a través de ella… ¿Y si no lo haces? ¿Y si te sabes suficiente?

3. Y mi favorita… ¿Qué sucedería si en lugar de “enfrascarte” en la diferencia te focalizar en el propósito a lograr? ¿Si usas la diferencia como forma de construcción de futuro? Cuando niños lo que queremos es jugar y no dejamos que lo que emerge en el juego nos quite el juego mismo.

Nos encantará que nos cuentes si alguna te funcionó.

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