Por Katia Del Rivero
Esta semana el equipo de Visión Sistémica decidió que era tiempo de reiniciar las publicaciones.
Acordamos mantener temas vinculados con el terremoto como forma de apoyo en el proceso de reconstrucción interna y externa.
Así que el miércoles, mientras venía regresando de Guanajuato a León, reflexionaba sobre cuál sería el tema y pensaba que era tiempo de escribir algo en la idea de cómo seguir adelante.
En el camino me detuve en una tienda. Cuando salí, escasos minutos después y abrí la puerta de mi auto vi algo como un plástico doblado en el asiento. Tardé unos segundos en darme cuenta que era el cristal de mi auto. Unos segundos más me sentí algo desorientada y luego entendí que le habían dado al auto un “cristalazo”. En automático busqué mi computadora y mi telefóno y me di cuenta que no estaban. “Me acaban de robar”, pensé. ¿Grito? ¿Pido auxilio? ¿Qué hago? Finalmente decidí subirme a mi auto en silencio y calma e irme a casa.
Dentro del impacto, iba tranquila, los acontecimientos de los últimos diez meses en mi vida me han enseñado que las cosas tienen un valor absolutamente relativo. Llegué a casa, le pedí ayuda a mi yerno para revisar el auto, mi hija se ofreció a apoyarme para avisar a las compañías de servicios a quienes había que informar para cancelar servicios, suspenderlos y/o cambiar passwords de aplicaciones.
Todo iba bastante bien, yo estaba súper tranquila, aceptando sin el más mínimo problema la situación hasta que en el recuento de lo perdido, me di cuenta que había perdido todo el historial de mi vida con Michael en fotografías.
En este instante perdí completamente la compostura, me solté a llorar, tenía la misma sensación que cuando Michael falleció, sentía que el pecho me explotaba, que el dolor no me dejaba respirar. Tenía la sensación de que me lo habían arrebatado nuevamente.
Por primera vez en diez meses tuve la sensación de “pérdida total”. Michael falleció el 12, para el 24 yo ya no tenía casa, la plenitud de la vida de mis sueños de aquel momento se había reducido a 16 cajas. Y aún así, no tuve sensación de pérdida total. En Diciembre lo enterré en Alemania y no tuve sensación de pérdida total. En Enero lo enterré en México y no tuve sensación de pérdida total. Era un vacío desgarrador, un dolor intenso y aún así, en alguna dimensión, tenía la sensación de que aún tenía algo, mis recuerdos.
Pero hace dos noches al perderlos tuve la sensación clara de “pérdida total”. Me sentí devastada, no podía parar de llorar, el día siguiente mientras hacía todos los trámites administrativos y legales, me sentía como una zombie, muerta en vida, vacía.
Y entonces supe de que quería escribir. Y no es de cómo seguir adelante. Es de la sensación clara de “lo perdí todo”.
Quizá te quedaste sin casa, quizá perdiste a alguien, quizá perdiste todo lo material que tenías, quizá no perdiste nada material y tienes la sensación de haber perdido tu seguridad, tu confianza en la vida, quizá incluso todo lo anterior o nada y aún así tienes la sensación de “lo perdí todo”.
Este estado de “lo perdí todo” puede invitar a entrar en un completo desamparo, a pensar que no hay alternativas, opciones, posibilidades. A congelarte en el estado de no saber qué hacer o cómo seguir. A sentir que el dolor te paraliza o te confunde a tal grado que no sabes por dónde empezar.
Por favor, no trates de escapar de este estado, no lo evadas, no le huyas… Dale a tu cuerpo, a tu corazón, a ti mismo, a ti misma, la posibilidad de reconocer el impacto de la pérdida, la sensación de no saber qué hacer, la sensación de desamparo, la sensación de haberlo perdido todo.
Muchas personas ante estos estados tratan de huir de ellos, de “hacer de cuenta que no sucede nada”, de “hacerse los fuertes”, “de esforzarse por salir”, de “aparentar que no pasa nada” y esta evasión puede ser una forma de encapsular el dolor y el dolor encapsulado puede condicionar la capacidad de reaccionar y estar en la vida plenamente.
Después de dos días de estar sumida en la tristeza recibí una llamada de Eri, mi amiga. Cuando me preguntó cómo me sentía simplemente me solté a llorar, ella me escuchó en silencio, después de unos minutos dijo “está bien si sólo lloras, aquí estoy”.
Esa presencia amorosa fue una invitación a recordar que no estoy sola.
Al colgar la llamada pensé “no, no perdiste todo, perdiste a Michael”. No lo perdí todo, lo perdí a él y aunque se siente como todo, no es todo.
Poco a poco, en las siguientes horas no sólo me di cuenta que no perdí todo, sino que tengo algo que nadie puede quitarme: mi propia vida. Y en esa vida están mis recuerdos, mis experiencias, mi vida con él y eso, no importa cuántas fotos pierda, no lo voy a perder nunca.
Quizá sientes que perdiste todo, quizá no has dado el espacio para sentirlo, reconocerlo y quizá, al no transitar por el oscuro túnel de la sensación de pérdida no hayas visto que en este túnel hay un rayo de luz, uno que incluso si perdiste familia, casa, posesiones materiales, existe y sigue siendo tuyo y es suficiente para recomenzar el siguiente paso: tu vida misma.
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