Por José Luis Vieyra
Los seres humanos, en general, compartimos ciertas distinciones genéricas derivadas de nuestra biología, cultura, profesión, religión, historia de vida y cualquier otro aspecto que defina quienes somos.
Si consideramos el ámbito biológico, un ejemplo puede ser la audición. El humano puede percibir ciertos sonidos dentro de un espectro de longitud, frecuencia y amplitud, que nos permiten apreciar ciertas ondas sonoras y otras no; en el caso de una persona con sordera, tendrá una condición que le limitará en esa distinción.
En el ámbito profesional, cuando un colectivo humano desarrolla una especialidad, observa y nombra características y atributos que corresponden a su campo, que pueden no ser apreciadas por alguien ajeno a esa práctica y conocimiento. Por ejemplo, un grupo de biólogos tiene distinciones respecto a una flor, diferentes al de un grupo de arquitectos, médicos o actores.
De igual manera sucede en los otros sistemas sociales, los seres humanos ahí agrupados, adquirirán distinciones que les son comunes y obvias y que pueden ser inadvertidas para otros de un colectivo diferente.
En la medida que un individuo o grupo sume más y más distinciones, va teniendo un repertorio más amplio que le permitirá aumentar su capacidad de acción. Conviene señalar que el espacio de distinciones a desarrollar en cada ámbito, también estará limitado por la misma serie de factores que ya señalamos: biología, cultura, profesión, religión, etc.
Pretendo que este preámbulo sirva como contexto para compartir un par de distinciones en el marco de la teoría propuesta por Michael Blumenstein y Katia Del Rivero: SUFICIENCIA Y DESAMPARO
Ha sido un privilegio poder observar el comportamiento de bebés con distinciones con las que no contaba cuando tuve a mis hijas y que están fuera de los marcos que impulsaban mi comportamiento en aquella oportunidad. Hoy observo que un bebé manifiesta una confianza absoluta en el proceso de estar vivo, no teme llorar para expresar sus necesidades básicas y confía en que serán satisfechas; tampoco se avergüenza si eructa, vomita o se orina e incluso he visto reacciones de alegría al hacerlo. Esa confianza puede ser trastocada en casos de abandono temporal o permanente y también en casos de sobreprotección constante, sin embargo, no desaparece del todo, incluso si el infante es abandonado a su propia suerte a escasas horas de nacer, la vida se manifiesta a través de lo que Michael identificó y llamó SUFICIENCIA
La suficiencia es la capacidad instalada con la que los seres nacemos para hacer frente a los retos de la vida y que manifestamos como la certeza interna y natural que estamos dotados con lo necesario para afrontar la incertidumbre y los cambios que la propia vida nos oferta de manera inesperada, desde el momento de la concepción.
Es claro que en algún momento de nuestra vida aprendemos a cambiar la conexión natural con la suficiencia y nos “enchufamos” a otra fuente: El DESAMPARO. En ocasiones, a través de maltratos y, en otras, a través de consentimientos exagerados. La conexión con el desamparo se genera cuando olvidamos que somos suficientes y, a partir de ese olvido, aprendemos a desconfiar.
Dejamos de confiar, derivado de la construcción de la realidad (percepción e interpretación) que experimentamos cuando de pequeños nos dejaron sin atención más de la cuenta y/o vivimos situaciones de hambre, incomodidad o maltrato. También generamos desconfianza por vivencias emocionales en las que nos sentimos engañados o excluidos, e instalamos en nuestro interior el miedo a no ser dignos de ser amados por lo que auténticamente somos, sino por lo que hacemos. O por una experiencia mental que nos llevó al sentido de la desconfianza porque alguien se burló de aquello que expresamos respecto a lo que sentimos.
El tema es que cuando dejamos de confiar nos conectamos con ese desacomodo interno que nombramos como estado de desamparo y experimentamos miedo, temor, amenaza, frustración, enojo, ansiedad, desesperación, etc., y con ello, manifestamos comportamientos como: complacencia, concesión, agresión, evasión, inacción, llanto, etc., emociones que en grados extremos nos producen enorme sufrimiento — y por cierto, a los miembros del sistema social en el que nos encontramos — por pensar/sentir que no somos suficientes de alcanzar los estándares, tanto de los demás, como los nuestros. Como resultado, perdemos la confianza en nosotros mismos, en nuestras capacidades y potencialidades, en nuestra misma dignidad.
En el marco de lo expuesto, me parece que los comportamientos desbordados que día a día observamos o nos enteramos que ocurren tanto en nuestro país, como en el resto del mundo, obedecen a que nos conectamos con el DESAMPARO y, a partir de sentirnos así, recurrimos a comportamientos que no abonan armonía a lo social, ya sea porque colocamos nuestros intereses y necesidades por encima de los de los otros, o viceversa, o por menospreciar los nuestros, tanto como los de los demás. Lo paradójico es que todo se realiza con una sola finalidad: SOBREVIVIR.
En ese sentido, me gustaría subrayar que esa es una de las muchas paradojas que Michael Blumenstein observaba. El hecho de conectarnos con el desamparo representa la mejor forma que aprendimos para hacerle frente a los sucesos de la vida. El gran tema es que al constituirse esa forma en un hábito interpretativo, nos lleva a accionar usualmente desde ese lugar y por ende, a convertirnos en expertos en esa práctica, ya sea agrediendo, concediendo, frustrando, entristeciendo, etc.
Desde mi mirada, la Teoría Blumenstein plantea que los seres humanos nacemos con profunda conexión a la vida y con todo lo que existe en ella y, a medida que vamos creciendo, vamos siendo propensos a perder ese vínculo fundamental con vida y la Totalidad. Si reconocemos que en nosotros existe naturalmente la conexión con la suficiencia, podremos también reconocerla en los demás y en consecuencia, los intereses e inquietudes de otros, tendrán el mismo valor que los nuestros.
Una forma de recuperar la conexión con nosotros mismos, con los demás y con el mundo, quizá sea tomando consciencia de lo que pasa en nuestro cuerpo, de las maravillas que suceden en él sin nuestra voluntad, observar que en nosotros está puesta tanta confianza, que nos hará recordar que somos SUFICIENTES.
Nuestro estómago digiere los alimentos para ser transformados en los nutrientes requeridos por cada célula, por lo tanto, confiamos en ello. También podemos confiar en que nuestros pulmones llevan oxígeno a la sangre y que ésta fluirá por nuestras red arterial y venosa producto de los impulsos de nuestro corazón. Asimismo, podemos confiar en nuestro olfato que nos permite percibir los aromas, así como en nuestros ojos que nos permiten percibir las imágenes que gracias a ellos se producen en nuestro cerebro. Re-aprender a confiar puede empezar por reconocer la autonomía de nuestro cuerpo, así como la estructura interconectada donde ningún órgano se sobrepone al otro o alguno privilegia al otro. Todos nuestros órganos operan en un ámbito de autonomía operacional y una estructura interconectada. Quizá observar nuestro cuerpo, nos permita recordar y conectar con nuestra suficiencia, confiando que disponemos de todos los recursos que nos han permitido vivir hasta ahora y, con ello, asombrarnos, maravillarnos y dar gracias del prodigio de la vida, ante la cual, podamos elegir vivir una buena vida, en lugar de solo sobrevivir.
¿Qué hacer para conectarnos con nuestra SUFICIENCIA?
Michael lo postulaba con otra paradoja: “Es muy simple y muy complejo”, decía, “Lo creas o no, lo pienses o no, lo sientas o no, TU ERES SUFICIENTE. No tienes que hacer nada, solo recordarlo”
¿Tú qué opinas?
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